MATERNIDAD COMPARTIDA,
un EXPERIMENTO DE GÉNERO EN LABORATORIO
Las técnicas de fecundación in vitro plantearon en su momento
el problema ético de la separación del amor del acto sexual y la procreación. Este
problema incluía otros de mayor calado como el desecho y la congelación de
embriones.
La fecundación in vitro ha abierto también las puertas a la
maternidad subrogada (vientres de alquiler) que, con apariencia de “buenismo”,
separa gestación y maternidad biológica (óvulo), produce una ruptura en los
orígenes del niño e introduce un principio de comercialización con el cuerpo de
la mujer gestante.
Como una variedad de
la maternidad subrogada y de una forma que la hace menos perceptible, se extiende
la maternidad compartida. La técnica la llaman ROPA (Recepción de Ovocitos
de la Pareja) y permite compartir el tratamiento en una pareja de dos
mujeres. Una de ellas aporta los ovocitos y la otra aporta el útero y
gesta el embarazo.
La maternidad
compartida es un “fraude a la naturaleza” y un “experimento de género en laboratorio”
mucho más dañino para el niño que los vientres de alquiler. la Ley 14/2006 de Reproducción
Asistida fue modificada para reconocer que ambas madres son progenitoras
del niño nacido y permitir que la donación de óvulos pueda no ser anónima. El
fraude a la naturaleza ha tenido su reflejo legal; sin embargo, no existe el
derecho a tener un hijo, pero los niños sí tienen derecho a tener un padre y
una madre.
La figura paterna
desaparece, y el vínculo entre las dos mujeres se refuerza fraudulentamente,
hasta el punto de que el niño o la niña, creerá, en los primeros años de su
vida, que es fruto de la relación de dos madres y que eso es lo natural. Una
visión errónea de lo que es la familia, de lo que significa ser varón respecto
a la mujer y ser mujer respecto al varón; y cuya consecuencia inmediata es que
no se entienda “qué papel juega” el varón en todo esto, pues, queda reducido a
la función de fabricante biológico de semen que se pueda adquirir en un
supermercado.
El niño desconocerá cual es su “modus
vivendi” más elemental, aquel en el que se genera y se acoge la vida humana, y
que nos permite posteriormente “saber lo que somos para desarrollarnos como
tales, estar a bien con nosotros mismos y madurar en nuestro potencial como
personas”.
Necesitará aprender cosas que otros
han vivido en su primera infancia de una forma natural. Será un “pájaro de jaula”
que nunca podrá volar; inadaptado en un mundo de hombres y mujeres que interrelacionan
en la sociedad de una forma amigable. Ignorará que significa ser varón respecto
a la mujer, ni ser mujer respecto al varón. El desconocimiento de su identidad
y por tanto de su forma de comportarse será una fuente de frustración y
sufrimiento”. ¿Qué derecho puede arrogarse una mujer, o dos mujeres,
para destrozar así la vida de un niño?
Por otra parte, la falta de complementariedad física,
psíquica y espiritual entre las dos mujeres conlleva una tendencia a la ruptura,
que no se soslaya con el refuerzo fraudulento que da la maternidad compartida,
sino que, este fraude precisamente, la convierte en una ruptura más traumática.
Juan Meseguer en su artículo “Sin padre no hay familia”
publicado en Aceprensa 18-06-08 expone la
importancia de la figura paterna. http://www.aceprensa.com/articles/sin-padre-no-hay-familia/
Lo hace basándose en el libro del psiquiatra francés Tony Anatrella “La
diferencia prohibida”
“La ausencia del padre es la principal causa del retroceso en el bienestar
de los niños. También es un factor crucial para comprender la crisis actual de
la familia”
Anatrella advierte que la devaluación de
la función paterna tiene consecuencias sobre la estructuración psíquica de los individuos y sobre la sociedad:
debilitamiento de la imagen masculina, trastornos de la filiación, aumento de
las conductas adictivas, pérdida del sentido de los límites (toxicomanías,
bulimia/anorexia, prácticas sexuales reaccionales), dificultades para
socializarse, etc.
La sociedad actual valora mucho la figura
de la madre. Es verdad que ésta es una fuente de seguridad para el niño,
pero la relación de la madre y el hijo necesita completarse con la función paterna.
“El padre es el que dice que no, el que introduce la negatividad y el que
declara la prohibición, es decir el límite de lo posible”.
La figura del padre es
necesaria para el desarrollo psicológico equilibrado de los hijos. El padre es el mediador entre el niño y la realidad; permite al hijo tomar
iniciativas, “porque él ocupa una posición de tercero, de compañero de la
madre, y no de madre bis”. Gracias a la figura del padre, el bebé aprende a
diferenciarse de la madre y a adquirir autonomía psíquica. El niño descubre que
él no hace la ley, sino que existe una ley fuera de él.
Gracias a la relación
con el padre, el niño y la niña adquieren también su identidad sexual. “La diferencia de sexos encarnada por el padre juega por otra parte un
papel de revelación y de confirmación de la identidad sexuada. Tanto la chica
como el chico tienen en efecto tendencia, al comienzo, a identificarse con el
sexo de la madre, y es el padre, en la medida en que es reconocido por ella, el
que va a permitir al hijo situarse sexualmente”.
Juan Messeguer, basándose en Anatrella,
responde el interrogante de ¿Por qué se ha
impuesto en nuestra sociedad esta idea de la ausencia del padre? Y concluye
que la ausencia del padre tiene efectos muy
negativos en el desarrollo de los hijos. Según encuestas citadas por
Anatrella, en Estados Unidos un niño tiene seis veces más riesgo de crecer en
la pobreza y dos veces más de abandonar la escuela si ha sido educado por una
madre sola que si pertenece a una familia constituida por dos padres, capaces
de ofrecerle puntos de referencia.
La consecuencia última de la ausencia del
padre se manifiesta en el aumento de la
violencia. Al no llegar a aceptar lo real, por falta del sentido de los
límites que debería inculcar el padre, los hijos se rebelan y se multiplican
los actos de violencia. Pero la agresividad también se vuelve contra uno mismo
y se convierte en autodestrucción.
En el Siglo XX nuestra sociedad batió récords de
conflictos sociales de guerra, muerte y destrucción. El aborto y la experimentación
con la vida humana en el siglo XXI pueden desplazar a los conflictos nucleares
y batir récords de nuevo, si no se han batido ya.
La percepción del ciudadano es que siempre habrá
razones para dar un paso más en la experimentación con la vida humana y que se
han de poner límites y dar pasos atrás. La medicina no ha de sucumbir ante
aquel “seréis como dioses” y los políticos han de elaborar leyes que cierren
puertas en beneficio de la paz y la convivencia social.
Si el desarme nuclear es una prioridad en la política internacional,
la ecología de la sexualidad y el respeto al inicio de la vida humana ha de
empezar a serlo también en beneficio de la humanidad.
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