miércoles, 13 de diciembre de 2017

MATERNIDAD COMPARTIDA











MATERNIDAD COMPARTIDA,
un EXPERIMENTO DE GÉNERO EN LABORATORIO
Las técnicas de fecundación in vitro plantearon en su momento el problema ético de la separación del amor del acto sexual y la procreación. Este problema incluía otros de mayor calado como el desecho y la congelación de embriones.
La fecundación in vitro ha abierto también las puertas a la maternidad subrogada (vientres de alquiler) que, con apariencia de “buenismo”, separa gestación y maternidad biológica (óvulo), produce una ruptura en los orígenes del niño e introduce un principio de comercialización con el cuerpo de la mujer gestante.
Como una variedad de la maternidad subrogada y de una forma que la hace menos perceptible, se extiende la maternidad compartida. La técnica la llaman ROPA (Recepción de Ovocitos de la Pareja) y permite compartir el tratamiento en una pareja de dos mujeres. Una de ellas aporta los ovocitos y la otra aporta el útero y gesta el embarazo.
La maternidad compartida es un “fraude a la naturaleza” y un “experimento de género en laboratorio” mucho más dañino para el niño que los vientres de alquiler. la Ley 14/2006 de Reproducción Asistida fue modificada para reconocer que ambas madres son progenitoras del niño nacido y permitir que la donación de óvulos pueda no ser anónima. El fraude a la naturaleza ha tenido su reflejo legal; sin embargo, no existe el derecho a tener un hijo, pero los niños sí tienen derecho a tener un padre y una madre.
La figura paterna desaparece, y el vínculo entre las dos mujeres se refuerza fraudulentamente, hasta el punto de que el niño o la niña, creerá, en los primeros años de su vida, que es fruto de la relación de dos madres y que eso es lo natural. Una visión errónea de lo que es la familia, de lo que significa ser varón respecto a la mujer y ser mujer respecto al varón; y cuya consecuencia inmediata es que no se entienda “qué papel juega” el varón en todo esto, pues, queda reducido a la función de fabricante biológico de semen que se pueda adquirir en un supermercado.
El niño desconocerá cual es su “modus vivendi” más elemental, aquel en el que se genera y se acoge la vida humana, y que nos permite posteriormente “saber lo que somos para desarrollarnos como tales, estar a bien con nosotros mismos y madurar en nuestro potencial como personas”.
Necesitará aprender cosas que otros han vivido en su primera infancia de una forma natural. Será un “pájaro de jaula” que nunca podrá volar; inadaptado en un mundo de hombres y mujeres que interrelacionan en la sociedad de una forma amigable. Ignorará que significa ser varón respecto a la mujer, ni ser mujer respecto al varón. El desconocimiento de su identidad y por tanto de su forma de comportarse será una fuente de frustración y sufrimiento”. ¿Qué derecho puede arrogarse una mujer, o dos mujeres, para destrozar así la vida de un niño?
Por otra parte, la falta de complementariedad física, psíquica y espiritual entre las dos mujeres conlleva una tendencia a la ruptura, que no se soslaya con el refuerzo fraudulento que da la maternidad compartida, sino que, este fraude precisamente, la convierte en una ruptura más traumática.
Juan Meseguer en su artículo “Sin padre no hay familia” publicado en Aceprensa 18-06-08 expone la importancia de la figura paterna. http://www.aceprensa.com/articles/sin-padre-no-hay-familia/ Lo hace basándose en el libro del psiquiatra francés Tony Anatrella “La diferencia prohibida”
“La ausencia del padre es la principal causa del retroceso en el bienestar de los niños. También es un factor crucial para comprender la crisis actual de la familia”
Anatrella advierte que la devaluación de la función paterna tiene consecuencias sobre la estructuración psíquica de los individuos y sobre la sociedad: debilitamiento de la imagen masculina, trastornos de la filiación, aumento de las conductas adictivas, pérdida del sentido de los límites (toxicomanías, bulimia/anorexia, prácticas sexuales reaccionales), dificultades para socializarse, etc.
La sociedad actual valora mucho la figura de la madre. Es verdad que ésta es una fuente de seguridad para el niño, pero la relación de la madre y el hijo necesita completarse con la función paterna. “El padre es el que dice que no, el que introduce la negatividad y el que declara la prohibición, es decir el límite de lo posible”.
La figura del padre es necesaria para el desarrollo psicológico equilibrado de los hijos. El padre es el mediador entre el niño y la realidad; permite al hijo tomar iniciativas, “porque él ocupa una posición de tercero, de compañero de la madre, y no de madre bis”. Gracias a la figura del padre, el bebé aprende a diferenciarse de la madre y a adquirir autonomía psíquica. El niño descubre que él no hace la ley, sino que existe una ley fuera de él.
Gracias a la relación con el padre, el niño y la niña adquieren también su identidad sexual. “La diferencia de sexos encarnada por el padre juega por otra parte un papel de revelación y de confirmación de la identidad sexuada. Tanto la chica como el chico tienen en efecto tendencia, al comienzo, a identificarse con el sexo de la madre, y es el padre, en la medida en que es reconocido por ella, el que va a permitir al hijo situarse sexualmente”.
Juan Messeguer, basándose en Anatrella, responde el interrogante de ¿Por qué se ha impuesto en nuestra sociedad esta idea de la ausencia del padre? Y concluye que la ausencia del padre tiene efectos muy negativos en el desarrollo de los hijos. Según encuestas citadas por Anatrella, en Estados Unidos un niño tiene seis veces más riesgo de crecer en la pobreza y dos veces más de abandonar la escuela si ha sido educado por una madre sola que si pertenece a una familia constituida por dos padres, capaces de ofrecerle puntos de referencia.
La consecuencia última de la ausencia del padre se manifiesta en el aumento de la violencia. Al no llegar a aceptar lo real, por falta del sentido de los límites que debería inculcar el padre, los hijos se rebelan y se multiplican los actos de violencia. Pero la agresividad también se vuelve contra uno mismo y se convierte en autodestrucción.
En el Siglo XX nuestra sociedad batió récords de conflictos sociales de guerra, muerte y destrucción. El aborto y la experimentación con la vida humana en el siglo XXI pueden desplazar a los conflictos nucleares y batir récords de nuevo, si no se han batido ya.  
La percepción del ciudadano es que siempre habrá razones para dar un paso más en la experimentación con la vida humana y que se han de poner límites y dar pasos atrás. La medicina no ha de sucumbir ante aquel “seréis como dioses” y los políticos han de elaborar leyes que cierren puertas en beneficio de la paz y la convivencia social.
Si el desarme nuclear es una prioridad en la política internacional, la ecología de la sexualidad y el respeto al inicio de la vida humana ha de empezar a serlo también en beneficio de la humanidad.

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