Romper la presunción de inocencia e invertir la carga de la
prueba es un mecanismo jurídico perverso que alimenta aquello que quiere
corregir: el odio y la violencia
Dice Jorge Soley en Forum Libertas que “Cuando
el Consejo de Europa habla de “discurso de odio” para referirse a “cualquier
forma de expresión que difunde, incita, promueve o justifica el odio racial, la
xenofobia, el antisemitismo u otras formas de odio basadas en la intolerancia“,
lo que nos encontramos de hecho es una seria amenaza a la libertad. Cualquiera
puede darse cuenta de que aquí cabe casi todo.La definición imprecisa de lo que es discurso de odio permite una interpretación cada vez más invasiva, algo que a sus promotores no sólo no parece preocuparles sino que ven como una ventaja”
Y la realidad es que lo que el Orgullo Gay suscita no es
odio, sino pena y repugnancia en el buen sentido de la palabra. La repugnancia
que despierta cualquier acto que va contra la naturaleza. La misma que se
siente al limpiar a quién no puede valerse por sí mismo: un niño, un anciano,
un enfermo; pero que se vence con facilidad cuando el aprecio es fuerte, pero que
se hace una montaña cuando el amor no existe. Orgullo Gay que emprendió una
huida hacia adelante en EEUU en 1973, sacando su trastorno psíquico del
catálogo de enfermedades psiquiátricas, en un Congreso tomado por activistas de
la comunidad Gay; Orgullo que deviene en Soberbia capaz de agotar todas las
letras del Abecedario antes de reconocer la raíz de sus problemas.
El procedimiento siempre es el mismo. Ya se está utilizando
con la violencia de género, antes llamada doméstica, con una imparable curva de
crecimiento. El estado de sufrimiento que la violencia genera en sus víctimas y
en su entorno, se polariza hacia los que opinan diferente, hacia los que
discrepan de las soluciones, y, para conveniencia de algunos, quedan cerradas automáticamente
todas las puertas al diálogo. El siguiente paso se da con la legislación en la
que se rompe el principio de presunción de inocencia, se invierte la carga de
la prueba y se crea una situación de injusticia, capaz de generar violencia
afectiva contra el varón, violencia afectiva cuya única salida, con frecuencia
es la violencia física. Una rueda que se retroalimenta a sí misma.
Con la atracción por el mismo sexo se utilizan los mismos
mecanismos, se pone en marcha la misma rueda, la misma pescadilla que se muerde
la cola... La desestructuración familiar priva al niño de uno de los referentes
que necesita para saber qué significa ser varón y qué significa ser mujer. La
confusión en el ambiente, la enseñanza impregnada de ideología de género, y la
carga mediática hacen el resto, hacen de detonante y catalizador…; y el
conflicto tiene muchas probabilidades de aparecer.
La profunda contradicción interior que sufren las personas con
atracción por el mismo sexo produce frustración y sufrimiento y, en vez de
buscar la raíz del problema, este sufrimiento se polariza hacia la sociedad,
hacia los que hablan de terapias, hacia los que opinan diferente, que se ven
obligados a aceptar sin rechistar algo que repugna, que repele; y si
manifiestan esa repugnancia son etiquetados de odio, de homófobos. El miedo se
mete en el cuerpo y, para conveniencia de algunos, las bocas se callan.
Las leyes Trans y LGTB introducen el mecanismo jurídico: rompen
la presunción de inocencia, invierten la carga de la prueba y crean una mordaza
que, por la injusticia latente, puede transformar la repugnancia -en el buen
sentido de la palabra-, en odio y violencia. Odio y violencia que se
retroalimentará con las mismas leyes, iniciando una espiral que lejos de
solucionar los problemas del colectivo gay, potencia su huida hacia adelante.
Hay que precisar que, poco o nada tienen que ver una persona
que padece atracción por el mismo sexo con un militante del orgullo gay, de la
misma forma que poco o nada tiene que ver una chica o un chico, una mujer o un
varón, con aquellos que frecuentan determinados clubs de alterne.
¿Y qué hacer ante este embiste de Ideología de Género? En
primer lugar tenerlo en cuenta a la hora de votar. Si NUESTRA FUERZA es NUESTRO
VOTO, NO PODEMOS VOTAR NUNCA a aquellos que PROMUEVEN o NO IMPIDEN la IDEOLOGÍA
DE GÉNERO. En segundo lugar no callar, y proteger la Identidad de los niños.
Hay muchos homosexuales que reconocen sus problemas y rechazan la Ideología de
Género, y muchos jóvenes con problemas de atracción por el mismo sexo que
quieren ser ayudados a solucionar sus problemas.
A las personas hay que ayudarlas y respetarlas siempre, máxime
cuando la causa de sus problemas es la desestructuración familiar y la
confusión introducida por ideología la de género, pero no podemos dar carta de
naturaleza a la disfunción. En todas las cosas se puede encontrar algo bueno. Si
no se oprime la libertad, la situación actual puede permitir aflorar e
investigar un problema que durante siglos muchas personas han sufrido en
silencio. Porque si en nuestra sociedad pasan estos problemas, en las
sociedades polígamas, ¿qué ocurrirá?
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