“El discurso de Mohamed VI a sus ciudadanos
que viven en el extranjero, la carta del ayatolá Makarem Shirazi al Papa y la
posición tomada por el gran muftí de Croacia: señales valientes desde el mundo
musulmán”. Son titulares de prensa que definen la linea correcta
en la lucha contra el terrorismo islámico. Que sea desde el propio mundo musulman
desde donde se descalifique, se razone y se deje claro que el terrorismo no encaja
con la religión islámica.
Sin embargo en Francia estamos viendo
como en muchos municipios van en dirección contraria. Las multas y prohiciones
a llevar el burkini es un atentado contra la libertad religiosa y el efecto que
producen es de indignación y rabia. Precisamente en estos momentos en que de lo
que se trata es de aislar al Estado Islámico. Los que quieren radicalizarse tendrán
un pretexto fácil.
En la calle ha de prevalecer el derecho de todos a conocer
la identidad de aquellas personas con las que nos cruzamos, el derecho a ver sus rostros,
por lo que la prohibición del burka es razonable. Sin embargo el burkini y el
velo islámico no plantean este problema. Decir que es una “manifestación
ostentosa de adhesión a una religión en un momento en que Francia y los lugares
de culto sufren atentados terroristas” no tiene sentido y puede ser intepretado como
una revancha, una especie de vuelta al “ojo por ojo y diente por diente”. Parece
como si el Laicismo, esta nueva religión de rabo de lagartija y orines de
murciélago, dominante en Francia, y que promueve e impone el aborto y la ideología de género, no quisiera
desaprovechar una magnífica oportunidad de imponer sus postulados en la
sociedad.
Las mujeres que se bañan con burkini o llevan el velo islámico lo hacen porque les dá la gana, y ninguna autoridad legítima puede prohibirlo.
Las mujeres que se bañan con burkini o llevan el velo islámico lo hacen porque les dá la gana, y ninguna autoridad legítima puede prohibirlo.
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