La afirmación del psiquiatra Joseph Nicolosi
de que “la mente, el cuerpo y el espíritu deben trabajar juntos
en armonía para que el hombre y la mujer estén a bien consigo mismo y maduren
en su potencial como persona” es el punto
crucial del problema de la atracción por el mismo sexo. La condición de hombre
o mujer reflejada en la cadena de cromosomas ADN de cada una de las células de
nuestro cuerpo que se refleja en la complementariedad física y fisiológica del
hombre y la mujer deben estar en consonancia con el sentir de la mente y del
espíritu; y las disfunciones que se produzcan serán siempre una fuente de
frustración y sufrimiento: es el mensaje de este autor.
Con el capítulo “Ciencia Frente a Ideología”, del Libro Alteridad Sexual de María Calvo dábamos soporte científico a
la afirmación anterior.
Con este capítulo el mismo libro se analiza como la Cultura ayuda a la Naturaleza “para que el hombre y la mujer estén a bien consigo mismo y maduren en su potencial como persona”.
Con este capítulo el mismo libro se analiza como la Cultura ayuda a la Naturaleza “para que el hombre y la mujer estén a bien consigo mismo y maduren en su potencial como persona”.
Naturaleza y cultura. En busca del equilibrio
Existen diferencias biológicas empíricamente demostradas entre hombres
y mujeres que tienen enorme trascendencia en la vida diaria. Sin embargo, no todo es naturaleza. No estamos predeterminados biológicamente. Antes al contrario, esas pautas naturales
son modificables por la
intervención educativa, los hábitos y la voluntad humana; no podemos negar
la existencia de u na influencia externa y aprendida, debida a la educación y
pautas sociales que nos rodean.
Como afirma Edward O. Wilson, «si
nuestro destino depende de los genes, como dicen algunos, ¿dónde está nuestro
libre albedrío? Es tentador pensar que dentro de nuestro cerebro habita un
ser que viaja libremente de aquí para allá, reflexionando, planificando y
moviendo las palancas de la máquina cerebral» (Wilson, 1978).
Según la Dra. Meeker, algunas
personas prefieren agarrarse tenazmente a los descubrimientos científicos
sobre el cerebro, y creer que la ciencia lo explica absolutamente
todo, dejan de un lado cuanto pueda pertenecer al ámbito filosófico y
religioso, haciendo polvo cualquier tipo
de moralidad, y mantienen que la ciencia es el único baluarte de la verdad.
Las conexiones neuronales o las hormonas no lo explican todo. Tampoco la
educación y las influencias sociales. No todo es cultura, como pretenden algunos.
Ni todo es naturaleza, como mantienen otros, cayendo en un reduccionismo
biológico absurdo, pues niegan la
libertad del hombre. Cualquiera de
las dos posiciones extremas resulta insostenible.
Tenemos, por un lado la naturaleza
-neuronas, sustancias químicas del cerebro, hormonas y, por supuesto, los
genes-. Y, por otro, la crianza, la cultura, la educación; todas esas «brisas»
ambientales soplando a nuestro alrededor. Ante este panorama no tiene sentido hablar de naturaleza o de
cultura por separado, sino solo de su interacción. En palabras de Benedicto XVI: «La naturaleza humana y la dimensión cultural se integran en un proceso
amplio y complejo, que constituye la formación de la propia identidad,
donde ambas dimensiones, la masculina y la femenina, se integran y
complementan…» (Benedicto XVI, 2008)
El verdadero reto será ver cómo se produce la interacción de las diferencias
biológicas entre los sexos y los factores medioambientales para producir la
diversidad existente entre nosotros que tanto nos enriquece.
Definitivamente nacemos con ciertas
tendencias e inclinaciones innatas, como hombres o mujeres, pero aquellas
resultan influenciadas por el entorno desde que salimos del seno materno. Gracias a las recientes investigaciones
neurológicas sabemos que el cerebro es capaz de un entrenamiento constante
y que podemos ser responsables, por
medio de la educación, del ejercicio de
la voluntad y de los hábitos, del
control de las emociones, pasiones, apetencias, impulsos, pensamientos y
demás acciones.
Los neurólogos coinciden en que el cerebro es altamente plástico y que,
en ambos sexos, la repetición de actos
puede mejorar cualquier tipo de rendimiento aunque inicialmente fuera
habilidad precaria (como sucede, según datos porcentuales, con la visión
espacial en las mujeres o las destrezas verbales en los varones). Como afirma
López Moratalla, por la repetición de
actos libres, los hábitos intelectuales y virtudes, cada uno alcanza la
habilidad humana propia de liberarse del encierro de las predisposiciones
biológicas (López Moratalla, 2007, p. 5O).
La educación juega, por lo tanto, un papel fundamental en el equilibrado desarrollo de la personalidad
femenina y masculina, por medio de la potenciación de las virtudes y aptitudes
peculiares de cada sexo y por medio, asimismo, del encauzamiento de aquellas
tendencias innatas que podrían dificultar una justa igualdad y un correcto
desarrollo personal. Lo cultural (la
educación) sirve para regular ese núcleo salvaje (innato y natural) que
todos llevamos dentro (Wagensberg, 2009). Para ello hay que reconocer la
importancia de la educación en las primeras etapas de la vida. Por ello, aquellos métodos educativos y docentes que
aprecien, valoren y concedan el tratamiento adecuado a las especificidades
propias de cada sexo serán sin duda los más adecuados para lograr el equilibrio
personal y humano que todo niño precisa para alcanzar una madurez responsable
y, en consecuencia, libre y feliz.
No obstante, aunque el cerebro humano es
plástico y la educación y el entorno pueden influir en él, la condición masculina o femenina del ser humano no es tan maleable
como actualmente se pretende hacer creer. Podemos enseñar al cerebro nuevos conocimientos, técnicas para
mejorar su eficacia y modos de encauzar, moderar o en su caso potenciar ciertas
tendencias e inclinaciones innatas, pero
lo que no se puede en modo alguno es modificar la naturaleza de lo que es, su
esencia femenina o masculina. Como afirma el psiquiatra Levay: «Como los narcisos, nos movemos de acá para allá
con las corrientes de la vida, pero nuestras raíces nos atan a un lugar propio
en el fondo del río» (Levay, 1995, p.198).
En definitiva, recientes investigaciones científicas demuestran cómo la identidad sexual está
escrita en cada célula del cuerpo y no puede ser modificada. El sexo biológico no puede cambiarse (Brizendine, L., 2007; Moratalla, 2007; Kimura, D., 2005
Fiztgibbons, Sutton & O'Leary (2009).
El concepto de «identidad de género» o la idea de que el género, como construcción
social o percepción personal, sea
distinto .del sexo biológico de cada cual es una invención ideológica carente
de fundamentación empírica. Para el
psicoanalista Charles Socarides
(2009). “No hay evidencias de que la confusión de la identidad de género
(identidad contraria a la estructura anatómica) sea congénita». Y, aunque reconoce la existencia de anomalías genéticas que pueden
provocar discordancias entre el sexo genético, la receptividad hormonal
y los órganos sexuales, sostiene que, no obstante, quienes solicitan la cirugía de cambio de sexo son casi siempre hombres
y mujeres genéticamente normales con órganos sexuales y reproductivos intactos
y niveles hormonales adecuados para su sexo. En estos casos, afirma, «Cuando un adulto que es normal tanto en su aspecto
exterior como en sus funciones cree que hay algo feo o defectuoso en su
apariencia que necesita ser modificado, es evidente que existe un problema
psicológico de cierta importancia» (Socarides citado por Fiztgibbons, R.,
Sutton, P. y O'Leary, D. (2009).
Según los expertos, los individuos que tienen una «identidad de
género» contraria a su estructura anatómica y biológica no pueden resolver sus
problemas mediante la cirugía de reasignación de sexo. Las personas que
encuentran dificultades para identificarse con su sexo biológico frecuentemente padecen 'problemas
psicológicos más serios, entre ellos, depresión, ansiedad severa, masoquismo, autodesprecio,
narcisismo, y consecuencias de abusos sexuales en la infancia y de
situaciones familiares conflictivas, estos individuos que experimentan
dificultades sociales y sexuales como resultado de estos trastornos y
experiencias negativas, y no porque
hayan nacido en el «cuerpo equivocado», sostienen estos científicos. Al proponer una solución quirúrgica para
trastornos psicológicos profundos, la cirugía de cambio de sexo es
categóricamente inadecuada -y, por lo tanto, médica y éticamente cuestionable, de acuerdo con los
autores- y aquellos individuos que se
someten a esta práctica siguen teniendo «prácticamente los mismos problemas con
las relaciones, el trabajo y las
emociones que tenían antes» de ella. En un detallado informe, los autores
desacreditan la «identidad de género» como una construcción -social y respaldan el consenso internacional de que
el género se define «tradicionalmente» como «hombre y mujer» en el contexto de
la sociedad (Fiztgibbons; Sutton; O'Leary, 2009).
No hay comentarios:
Publicar un comentario