martes, 2 de agosto de 2016

NATURALEZA Y CULTURA


La afirmación del psiquiatra Joseph Nicolosi de que “la mente, el cuerpo y el espíritu deben trabajar juntos en armonía para que el hombre y la mujer estén a bien consigo mismo y maduren en su potencial como persona” es el punto crucial del problema de la atracción por el mismo sexo. La condición de hombre o mujer reflejada en la cadena de cromosomas ADN de cada una de las células de nuestro cuerpo que se refleja en la complementariedad física y fisiológica del hombre y la mujer deben estar en consonancia con el sentir de la mente y del espíritu; y las disfunciones que se produzcan serán siempre una fuente de frustración y sufrimiento: es el mensaje de este autor.
Con el capítulo “Ciencia Frente a Ideología”, del Libro Alteridad Sexual de María Calvo dábamos soporte científico a la afirmación anterior.
Con este capítulo el mismo libro se analiza como la Cultura ayuda a la Naturaleza “para que el hombre y la mujer estén a bien consigo mismo y maduren en su potencial como persona”.  
Naturaleza y cultura. En busca del equilibrio
Existen diferencias biológicas empíricamente demostradas entre hombres y mujeres que tienen enorme trascendencia en la vida diaria. Sin embargo, no todo es naturaleza. No estamos predeterminados biológicamente. Antes al contrario, esas pautas naturales son modificables por la intervención educativa, los hábitos y la voluntad humana; no podemos negar la existencia de u na influencia externa y aprendida, debida a la educación y pautas sociales que nos rodean.
Como afirma Edward O. Wilson, «si nuestro destino depende de los genes, como dicen algunos, ¿dónde está nuestro libre albedrío? Es tentador pensar que dentro de nuestro cerebro habita un ser que viaja libremente de aquí para allá, reflexionando, planificando y moviendo las palancas de la máquina cerebral» (Wilson, 1978).
Según la Dra. Meeker, algunas personas prefieren agarrarse tenazmente a los descubrimientos científicos sobre el  cerebro, y creer  que la ciencia lo explica absolutamente todo, dejan de un lado cuanto pueda pertenecer al ámbito filosófico y religioso, haciendo polvo cualquier  tipo de moralidad, y mantienen que la ciencia es el único baluarte de la verdad.
Las conexiones neuronales o las hormonas no lo explican todo. Tampoco la educación y las influencias sociales. No todo es cultura, como pretenden algunos. Ni todo es naturaleza, como mantienen otros, cayendo en un reduccionismo biológico absurdo, pues niegan la libertad del hombre. Cualquiera de las dos posiciones extremas resulta insostenible.
Tenemos, por un lado la naturaleza -neuronas, sustancias químicas del cerebro, hormonas y, por supuesto, los genes-. Y, por otro, la crianza, la cultura, la educación; todas esas «brisas» ambientales soplando a nuestro alrededor. Ante este panorama no tiene sentido hablar de naturaleza o de cultura por separado, sino solo de su interacción. En palabras de Benedicto XVI: «La naturaleza humana y la dimensión cultural se integran en un proceso amplio y complejo, que constituye la formación de la propia identidad, donde ambas dimensiones, la masculina y la femenina, se integran y complementan…» (Benedicto XVI, 2008)
El verdadero reto será ver cómo se produce la interacción de las diferencias biológicas entre los sexos y los factores medioambientales para producir la diversidad existente entre nosotros que tanto nos enriquece.
Definitivamente nacemos con ciertas tendencias e inclinaciones innatas, como hombres o mujeres, pero aquellas resultan influenciadas por el entorno desde que salimos del seno materno. Gracias a las recientes investigaciones neurológicas sabemos que el cerebro es capaz de un entrenamiento constante y que podemos ser responsables, por medio de la educación, del ejercicio de la voluntad y de los hábitos, del control de las emociones, pasiones, apetencias, impulsos, pensamientos y demás acciones.
Los neurólogos coinciden en que el cerebro es altamente plástico y que, en ambos sexos, la repetición de actos puede mejorar cualquier tipo de rendimiento aunque inicialmente fuera habilidad precaria (como sucede, según datos porcentuales, con la visión espacial en las mujeres o las destrezas verbales en los varones). Como afirma López  Moratalla, por la repetición de actos libres, los hábitos intelectuales y virtudes, cada uno alcanza la habilidad humana propia de liberarse del encierro de las predisposiciones biológicas (López Moratalla, 2007, p. 5O).
La educación juega, por lo tanto, un papel fundamental en  el  equilibrado desarrollo de la personalidad femenina y masculina, por medio de la potenciación de las virtudes y aptitudes peculiares de cada sexo y por medio, asimismo, del encauzamiento de aquellas tendencias innatas que podrían dificultar una justa igualdad y un correcto desarrollo personal. Lo cultural (la educación) sirve para regular ese núcleo salvaje (innato y natural) que todos llevamos dentro (Wagensberg, 2009). Para ello hay que reconocer la importancia de la educación en las primeras etapas de la vida. Por ello, aquellos métodos educativos y docentes que aprecien, valoren y concedan el tratamiento adecuado a las especificidades propias de cada sexo serán sin duda los más adecuados para lograr el equilibrio personal y humano que todo niño precisa para alcanzar una madurez responsable y, en consecuencia, libre y feliz.
No obstante, aunque el cerebro humano es plástico y la educación y el entorno pueden influir en él, la condición masculina o femenina del ser humano no es tan maleable como actualmente se pretende hacer creer. Podemos enseñar al cerebro nuevos conocimientos, técnicas para mejorar su eficacia y modos de encauzar, moderar o en su caso potenciar ciertas tendencias e inclinaciones innatas, pero lo que no se puede en modo alguno es modificar la naturaleza de lo que es, su esencia femenina o masculina. Como afirma el psiquiatra Levay: «Como los narcisos, nos movemos de acá para allá con las corrientes de la vida, pero nuestras raíces nos atan a un lugar propio en el fondo del río» (Levay, 1995, p.198).
En definitiva, recientes investigaciones científicas demuestran cómo la identidad sexual está escrita en cada célula del cuerpo y no puede ser modificada. El sexo biológico no puede cambiarse (Brizendine, L., 2007; Moratalla, 2007; Kimura, D., 2005 Fiztgibbons, Sutton & O'Leary (2009).  El concepto de «identidad de género» o la idea de que el género, como construcción social o percepción personal,  sea distinto .del sexo biológico de cada cual es una invención ideológica carente de fundamentación empírica.  Para el  psicoanalista Charles Socarides  (2009). “No  hay evidencias  de que la confusión de la identidad de género (identidad contraria a la estructura anatómica) sea congénita». Y, aunque reconoce la existencia de anomalías genéticas que pueden provocar discordancias entre el sexo genético, la receptividad  hormonal  y los órganos sexuales, sostiene que, no obstante, quienes solicitan la cirugía de cambio de sexo son casi siempre hombres y mujeres genéticamente normales con órganos sexuales y reproductivos intactos y niveles hormonales adecuados para su sexo. En estos casos, afirma, «Cuando un adulto que es normal tanto en su aspecto exterior como en sus funciones cree que hay algo feo o defectuoso en su apariencia que necesita ser modificado, es evidente que existe un problema psicológico de cierta importancia» (Socarides citado por Fiztgibbons, R., Sutton, P. y O'Leary, D. (2009).
Según los expertos, los individuos que tienen una «identidad de género» contraria a su estructura anatómica y biológica no pueden resolver sus problemas mediante la cirugía de reasignación de sexo. Las personas que encuentran dificultades para identificarse con su sexo biológico frecuentemente padecen 'problemas psicológicos más serios, entre ellos, depresión, ansiedad severa, masoquismo, autodesprecio, narcisismo, y consecuencias de abusos sexuales en la infancia y de situaciones familiares conflictivas, estos individuos que experimentan dificultades sociales y sexuales como resultado de estos trastornos y experiencias negativas, y no porque hayan nacido en el «cuerpo equivocado», sostienen estos científicos. Al proponer una solución quirúrgica para trastornos psicológicos profundos, la cirugía de cambio de sexo es categóricamente inadecuada -y, por lo tanto, médica y éticamente cuestionable, de acuerdo con los autores- y aquellos individuos que se someten a esta práctica siguen teniendo «prácticamente los mismos problemas con las relaciones,  el trabajo y las emociones que tenían antes» de ella. En un detallado informe, los autores desacreditan la «identidad de género» como una construcción -social y respaldan el consenso internacional de que el género se define «tradicionalmente» como «hombre y mujer» en el contexto de la sociedad (Fiztgibbons; Sutton; O'Leary, 2009).

 

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