En estos momentos en los que se habla de
un supuesto Nuevo Orden Mundial de Ideología de Género y de Aborto, que
contradice la naturaleza humana, y la dignidad y la verdad de la persona,
necesitamos conocer el devenir del Feminismo hacia la Ideología de Género, para
entender la situación dónde estamos y por qué hemos llegado hasta aquí.
Y necesitamos conocerlo porque si bien el
Feminismo en sus orígenes era “una batalla por la justicia y la dignidad de la mujer”, en esta
lucha, “la mujer, sin apenas percibirlo, comenzó a renunciar a su
propia feminidad, sin ser consciente del menoscabo que esto implicaría a largo
plazo para su libertad y su pleno desarrollo personal”. Y en
esta evolución hacia una Ideología de Género, -que pretende cambiar la
naturaleza de la mujer y por tanto también del hombre-, los medios para
conseguirlo también han cambiado y se han vuelto coactivos. El control de las
Instituciones Nacionales e Internacionales, el uso de partidas presupuestarias
públicas y la creación de unas industria del aborto que mueve cantidades
ingentes de fondos explican por qué se extiende una ideología que repugna por
sí misma. La ONU, las organizaciones Mundiales dependientes de esta y la
Comisión Europea, condicionan las ayudas a la implantación de políticas,
medidas y leyes que permitan y promuevan el aborto y la ideología de Género.
María Calvo Charro, en su libro “Alteridad sexual. Razones frente a la
Ideología de Género” expone de forma sucinta y clara esta
evolución del Feminismo. En este primer capítulo transcribimos el Feminismo de
Equidad.
Feminismo de Equidad
La lucha por la igualdad en los derechos y deberes de las
mujeres fue a lo largo de
siglos de historia una batalla por la
justicia y la dignidad de la mujer. Las primeras reivindicaciones hunden sus raíces en la propia
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789. Como señala Jutta Burgraff, al irrumpir la Revolución Francesa,
algunas mujeres inteligentes se dieron
cuenta de que los derechos humanos tan ensalzados beneficiaban tan solo a los
varones. Por tal razón, Olympe Marie de Gouges redactó, en septiembre
de 1791, la famosa «Declaración de los Derechos de la Mujer y
la Ciudadana», entregada a la Asamblea Nacional para su aprobación. Detrás
de ella, había un gran número de mujeres organizadas en asociaciones femeninas.
Se definían a sí mismas como «seres
humanos y ciudadanas», y proclamaban sus reivindicaciones políticas y
económicas.
Las mujeres no querían seguir sin voz ni voto, preferían que se les castigara e
incluso padecer la muerte, antes de ser consideradas como niñas sin
responsabilidad. En el encasillamiento
de la mujer como un ser débil y dependiente del hombre mucho tuvo que ver sin duda el pensamiento de Jean-Jacques Rousseau, plasmado en su ensayo sobre educación «Emilio» (1762), en
el que propugnaba el sometimiento de las
niñas (representadas por Sophie) a
una educación bien diferente a la de los muchachos. Para estos se reservaba
todo lo relativo a la vida pública, mientras que la educación de aquellas
quedaba limitada a la vida privada, al hogar. La mujer debía quedar siempre y
absolutamente supeditada al hombre y esta
dependencia tenía, en su opinión, «carácter natural». El sexo femenino
debía gozar de la «virtuosa ignorancia», así como de un «dignificante
anonimato». La situación subordinada de la mujer se refleja asimismo en su obra
«El Contrato Social» , en la que la mujer queda absolutamente excluida, no pudiendo ser considerada parte del
«pueblo» ni, en consecuencia, «ciudadana», pues los ciudadanos son aquellos
que detentan parte de la «autoridad soberana», lo que queda reservado en
exclusividad absoluta a los hombres.
Desgraciadamente, Olympe de Gouges fue
degollada junto con otras muchas mujeres
valientes. A las supervivientes
se les prohibió reunirse bajo pena de cárcel, y sus asociaciones fueron
disueltas a la fuerza. Su misión, por lo pronto, parecía haber fracasado, sin embargo, sirvieron de incentivo para
los movimientos en otros países, como Inglaterra, donde, en la misma época
histórica, Mary Wollstonecraft publicó su obra «La Vindicación de los derechos de la
mujer» (1792). Para
Wollstonecraft, la clave para superar la
subordinación femenina era el acceso a la educación.
Pero no fueron solo mujeres las que lucharon por su igualdad. También hubo voces masculinas que se
alzaron contra esta injusta discriminación. En este aspecto, ya en el siglo
XIX, destaca el gran pensador John
Stuart Mill con su obra: «Tratado
sobre la esclavitud de la mujer» (1869), inspirada en gran medida por su esposa, Harriet Taylor Mill, quien
colaboró activamente en su redacción. Considera Mill que «el principio
regulador de las actuales relaciones entre los dos sexos -la subordinación legal del uno al otro- es intrínsecamente erróneo y
ahora constituye uno de los obstáculos más importantes para el progreso humano;
y debiera ser sustituido por un
principio de perfecta igualdad que no admitiera poder ni privilegio para
unos ni incapacidad para otros». Esta obra pronto se convirtió en
el decálogo de un incipiente movimiento feminista en Europa, Estados Unidos,
Australia y Nueva Zelanda.
En España, desde mediados
del siglo XIX hasta principios del XX, el feminismo se centró especialmente en la lucha por el acceso de las mujeres a la
enseñanza. Sus principales protagonistas fueron dos grandes y valiosas
intelectuales gallegas: Concepción
Arenal y Emilia Pardo Bazán.
Ambas defendieron la igualdad de
derechos entre los sexos, insistiendo,
no obstante, en el papel fundamental que la mujer ejerce como madre y esposa.
Aquella, a mediados del siglo XIX, accedió a las aulas de Derecho de la
Universidad Complutense bajo ropajes de caballero, para colmar su deseo e
interés por esta licenciatura, en especial, por el Derecho Penal. Por su parte
la escritora gallega Emilia Pardo Bazán
fue una incansable luchadora por la igualdad en la educación escolar de las
mujeres. Lo que le mereció, en 1910, ser la
primera mujer nombrada Consejera de Instrucción Pública. También, en 1916,
llegó a ser la primera mujer Catedrática
en España (Cátedra de Lenguas Neolatinas en la Universidad Central de
Madrid). Puesto que aprovechó para reivindicar los derechos de la mujer. A su primera clase solo fue un alumno, pues
el claustro de profesores y alumnos la rechazaron por ser mujer.
A inicios del siglo XX, por fin, fueron reconocidos otros
derechos políticos. Las mujeres obtienen
el derecho al voto en Inglaterra y Alemania (ambas en
1918), en Suecia (1919), Estados Unidos (1920), Polonia (1923) y otros países.
Francia e Italia (ambas en 1945), Canadá (1948), Japón (1950) y México (1953)
y, finalmente, también en Suiza (1971). En España, recordemos cómo Clara
Campoamor, en 1931, para lograr el derecho al sufragio femenino, en un discurso
realizado en el Congreso, renunció expresamente en público a su condición de
mujer: «Señores Diputados: Yo, antes que mujer, soy ciudadano».
Hasta este momento histórico, el feminismo puede ser definido, con matizaciones y excepciones puntuales, como de «equidad», ya que su principal pretensión era la igualdad de derechos civiles y
políticos, para hombres y
mujeres, sin ignorar o despreciar, como
regla general, la existencia de una feminidad esencial, reflejada principalmente
en la maternidad.
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