Si bien el
Feminismo en sus orígenes era “una batalla por la
justicia y la dignidad de la mujer”, en esta lucha, “la mujer, sin
apenas percibirlo, comenzó a renunciar a su propia feminidad, sin ser
consciente del menoscabo que esto implicaría a largo plazo para su libertad y
su pleno desarrollo personal”.
En estos momentos
en que se quiere imponer un supuesto Nuevo Orden Mundial de Ideología de Género
y de Aborto, que contradice la naturaleza humana, y la dignidad y la verdad de
la persona, necesitamos profundizar en ese conocimiento de la naturaleza humana
en su vertiente física, psíquica y espiritual para desactivar los errores que
esclavizan, privan de libertad y despojan a la persona de la dignidad de esa
verdad que le es propia.
En este capítulo
del libro “Alteridad
sexual. Razones frente a la Ideología de Género 2012”, María Calvo Charro, describe las bases
biológicas del cerebro de la mujer, que explican el comportamiento diferente
del hombre. “La naturaleza, y no
la cultura, ha dotado a las mujeres de un vínculo profundamente sinérgico y
simbiótico con los vástagos”, comenta María Calvo.
.
El cerebro maternal
Las mujeres poseen vías neuronales y
hormonales que las unen afectivamente a sus hijos de una manera radicalmente distinta a la de los padres. La producción, en el parto, de oxitocina y, después, en cada
contacto, caricia, beso o abrazo al bebé genera una dependencia y unión madre e
hijo intensa y profunda. Esta poderosa pócima del amor genera en el cerebro de
la mujer una fascinante reacción química que induce al deseo de estar con el
bebé y a una preocupación constante por él. Las mujeres tras la maternidad
quedan vinculadas neuroquímicamente a sus hijos.
Las mujeres nacen con una explicación
natural de su propia valía. En palabras de Gurian, la niña
nace con un sentido innato de su significado personal (Gurian, 2004). Su capacidad
de tener hijos les aporta un sentido biológico a sus vidas de tal magnitud que
sería suficiente para justificar su existencia. Esto se
comprende especialmente desde el momento en el que son madres. Entonces nada importa ya, solo el hijo, que a su vez da
pleno sentido a toda su vida.
La
naturaleza, y no la cultura, ha dotado a las mujeres de un
vínculo profundamente sinérgico y simbiótico con los vástagos. La madre experimenta
una unión e identificación psicológica fortísima con su hijo; lo vive como parte
de ella misma. Siguen llevándolo psicológicamente en su seno. La vida
del hijo vale más que la suya propia. De manera que la
reincorporación al trabajo y la separación del hijo tras el
parto puede ser, incluso para las mujeres más independientes y profesionales, una
experiencia realmente traumática. La capacidad de las mujeres en
el ámbito laboral está en relación directa con la satisfacción de sus
necesidades en el ámbito familiar.
Además,
la mujer que ha sido madre tiene otros talentos añadidos. El «cerebro maternal» es diferente del cerebro simplemente
femenino, ya que las hormonas generadas
durante la gestación, parto y lactancia lo hacen más flexible, adaptable e
incluso valiente, pues, como afirma la doctora Brizendine, «tales son las
habilidades y talentos que necesitarán para custodiar y proteger a sus bebés»
(Brizendine, 2007). Y estos cambios, según los expertos, permanecen ya para
toda la vida.
Las «Virtudes» femeninas experimentan un incremento con la maternidad, ya que el «trabajo de madre» concede a la mujer unas
aptitudes que demuestran ser muy útiles en diferentes situaciones
profesionales. Gracias a los milenios dedicados a la crianza de niños inquietos, las mujeres han desarrollado muchas habilidades
especiales: poder gestionar varios asuntos
al mismo tiempo; ser práctica y versátil; ser afectiva pero objetiva;
constante; paciente; ágiles en la adopción de decisiones en situaciones
imprevistas y con un enorme espíritu de sacrificio y capacidad de sufrimiento.
Todas estas son cualidades muy valoradas en las nuevas empresas más
ágiles, flexibles y «amigables» . Así pues, como afirma el
analista de tendencias Arnold Brown, la mejor preparación para los negocios es la maternidad
Muchas mujeres aman sus carreras profesionales pero, cuando
su bioquímica se modifica para adaptarse a la gestación y al parto, su sentido
de la importancia relativa de su trabajo cambia también. Por ello, una
madre, para ser además una buena trabajadora y profesional y aprovechar
todos sus talentos al máximo, debe encontrarse con un ambiente que favorezca la
conciliación familiar y le posibilite el cuidado necesario de sus hijos. En caso contrario, cuando a una mujer se la obliga a optar entre la atención precisa de sus hijos y las obligaciones profesionales,
su cerebro responde a este confijcto con un bloqueo debido al estrés que le supone tal tensión dialéctica. La
angustia merma su capacidad cerebral tanto para enfrentarse al trabajo como para
el cuidado de los hijos y finalmente no se siente capaz de simultanear ambas
tareas. Cualquier empresario inteligente que desee aprovecharse de
las muchas virtudes del cerebro maternal deberá favorecer a la mujer en el
trabajo la flexibilidad y tranquilidad que requiere para que sienta que
satisface plenamente sus obligaciones de madre.
En cientos de pruebas de empatía, sensibilidad emocional,
inclinación a cuidar y afecto, niñas y mujeres -desde las más pequeñas hasta
octogenarias- obtienen mayor puntuación que niños y hombres. La empatía se manifiesta como un deseo natural de ayudar a
los demás. Un talento inherente a la esencia
femenina, valorado por hombres de diferentes tiempos e ideologías. Darwin, en
1871, escribió que la mujer difiere principalmente del hombre por su mayor
ternura y menor egoísmo. Freud consideraba que las mujeres eran tan propensas
al autosacrificio que las calificaba de «masoquistas morales». Para Chesterton,
«una mujer es una compensadora, lo cual es un modo de ser generoso, peligroso y
romántico»
Y Juan Pablo II se
refería a este don femenino como «el genio de la mujer».
Para
Benedicto XVI, «La mujer conserva la profunda intuición de que lo mejor de su
vida está hecho de actividades orientadas al despertar del otro, a su
crecimiento y a su protección. Esta intuición está unida a su capacidad física de dar
la vida. Sea o
no puesta en acto, esta capacidad es una realidad que estructura profundamente
la personalidad femenina. Le permite adquirir muy pronto madurez, sentido de la
gravedad de la vida y de las responsabilidades que esta implica».
La
pedagoga y teóloga Jutta Burggraf lo define como esa delicada sensibilidad frente a las necesidades y requerimientos de los demás, esa
capacidad de darse cuenta de sus posibles conflictos interiores y de
comprenderlos. Se la puede identificar, cuidadosamente, con una especial
capacidad de mostrar el amor de un modo concreto, y desarrollar la «ética del
cuidado» (Burgraff, 1999).
El origen biológico de la empatía se encuentra en gran medida relacionado con las hormonas
típicamente femeninas -la oxitocina y los estrógenos- ligadas a su vez de forma
íntima al comportamiento maternal y que impul san a la mujer a relacionarse
con los demás y priorizar las relaciones personales. Aunque ambos sexos
producen esta hormona, las mujeres lo hacen en cantidades mucho mayores,
particularmente al dar a luz. Y sus efectos se anulan en parte en los hombres
por la influencia de la tes tosterona.
Edith Stein, en su libro «La
mujer», reconoce, unida a la feminidad, la existencia de una predisposición
hacia determinadas vocaciones y profesiones que suele estar relacionada con el
servicio a los demás y la socialización, como sucede con la enfermería, medicina
o enseñanza
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En definitiva , la
mujer tiene una tendencia natural a cuidar de su hogar y de las personas que lo
configuran. Y esto le proporciona
satisfacción, por grandes que sean los sacrificios personales y profesionales
que implique. Los varones, por el contrario, no han sido dotados por la naturaleza de esta tendencia
innata de servicio a los demás. Más preparados para la acción, movimiento, competencia
y búsqueda de dominio, están más preocupados de mantener su jerarquía que en
ayudar a los que les ro dean, llegando a pensar que su reputación sufre si se
dedican a
este tipo de actividades. Al hombre le preocupa más lo que sucede en el mundo que en su pequeña parcela
y siente la necesidad de hacer algo grande, de arreglarlo, de mejorarlo. Le preocupa más lo
general que lo particular. El hombre se vuelca en lo externo, en un afán de
superación y de dominio de la técnica que lo circunda, y es en esa
transformación del mundo exterior donde se siente más cómodo. El trabajo
profesional suele ser el lugar donde proyecta su realización personal, donde se refugia si no
es debidamente valorado en su hogar y donde buscan el
reconocimiento y los halagos que muchas veces no encuentra en su casa, donde
su mujer le recuerda constantemente lo torpe que resulta en las labores domésticas
o le llama la atención por su actitud «poco materna con los hijos.
Volveremos más adelante sobre el tema,
hablando de la farsa de la intercambiabilidad de los sexos.
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