miércoles, 28 de agosto de 2013

LA PRIMAVERA EN LLAMAS. UNA APORTACIÓN






"La verdad de un amor no se impone con la violencia, no aplasta a la persona. Naciendo del amor puede llegar al corazón, al centro personal de cada hombre…Se ve claro así que la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro."
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Cuando leía el interesante artículo “La primavera en llamas” de José Antonio Marina –filósofo- publicado el pasado lunes 19 de agosto no podía evitar pensar en la Carta encíclica Lumen Fidei publicada por el Papa Francisco y Benedicto XVI el pasado 29 de Junio, por las íntimas conexiones entre ambas. Ante todo hay que decir que el artículo de J.A. Marina es muy interesante no sólo por su contenido sino también por la fluidez de su lectura y su calidad literaria.

Partiendo del análisis de hechos distintos y puntos de vistas distintos ambos llegan a los mismos interrogantes que resuelven también de forma distinta, por lo que el contraste de ambos textos resulta como mínimo enriquecedor.

Ante la crisis de Egipto, Marina comenta  que “La indignación –la protesta contra la injusticia o la tiranía- aglutina a mucha buena gente. Pero el momento posterior, el momento constructivo –el que responde a la pregunta ¿y qué es lo justo y como conseguirlo?- disgrega y enfrenta. Por eso es más fácil ponerse de acuerdo en lo que se quiere conseguir que en lo que se quiere erradicar”…..Lo que quieren los protagonistas de la Primavera Árabe es acabar con la dictadura e implantar la democracia. Pero ¿qué quiere decir eso? La democracia es sin duda el mejor sistema para organizar la administración del poder, pero no todo lo que democráticamente se decide es justo”…“La democracia no es la norma suprema, sino que tiene que estar sometida a derechos superiores a la democracia, de origen ético, no religioso.

La democracia no es la norma suprema y ha de estar sometida a postulados o derechos superiores, pero mientras Marina busca unos principios superiores de origen ético no religioso en la Encíclica, se busca que sean sobre todo “verdaderos” objetivamente.

Antonio Marina expone los hechos objeto de su análisis “En Egipto…se plantea un problema: una fuerza no democrática –al menos según los estándares occidentales- como son los partidos islámicos, puede alcanzar legalmente el poder. Es esto lo que resulta inquietante. En Europa tenemos la experiencia de que Hitler accedió democráticamente al poder; y a continuación afirma que “La democracia consiste en admitir que el gobierno está en el pueblo y la ética fija los límites de lo que la democracia puede decidir;  que “confía en la inteligencia humana y en su capacidad para resolver problemas; y enuncia una ley práctica  del progreso ético/político de la humanidad; uno de cuyos postulados –obstáculos a eliminar- ya habían sido expuestos por Laureano López Rodó, a quién cita.

 “Cuando se eliminan cinco obstáculos –la miseria, la ignorancia, el dogmatismo, el miedo al poder y al resentimiento- las sociedades evolucionan espontáneamente hacia regímenes democráticos respetuosos con las garantías jurídicas y los derechos individuales. De estos cinco obstáculos insiste en “el dogmatismo. Hay una postura religiosa o políticamente integrista, refractaria a todo tipo de aceptación de los derechos del adversario, que se dio en reinos cristianos, en dictaduras totalitarias fascistas, en regímenes comunistas, o en países islámicos radicales”

Y este es el punto principal planteado también y resuelto de modo diverso en la encíclica Lumen Fidei, que busca en primer lugar la conexión de la Fe con la Verdad, admitiendo que con frecuencia sólo se acepta la verdad tecnológica pero que “La verdad grande… la verdad que explica la vida personal y social en su conjunto, es vista con sospecha. ¿No ha sido esa verdad —se preguntan— la que han preten­dido los grandes totalitarismos del siglo pasado, una verdad que imponía su propia concepción global para aplastar la historia concreta del indi­viduo? Esta pregunta está implícita y explícita en toda la argumentación anterior de Antonio Marina. “Así, queda sólo un relativismo en el que la cuestión de la verdad completa, que es en el fondo la cuestión de Dios, ya no interesa. A su vez la respuesta de Antonio Marina está implícita en la siguiente afirmación “ En esta perspectiva, es lógico que se pretenda deshacer la conexión de la religión con la verdad, porque este nexo estaría en la raíz del fanatismo, que intenta arrollar a quien no comparte las propias creen­cias”. Pasando a continuación a plantear la pregunta principal,  si “en esta situación, ¿puede la fe cristiana ofrecer un servicio al bien común indicando el modo justo de entender la verdad?” respondiendo que “La fe conoce por estar vinculada al amor,” y el amor “sólo en cuanto está fundado en la verdad puede perdurar en el tiempo”... Amor y verdad no se pueden separar... La luz del amor, propia de la fe, puede ilu­minar los interrogantes de nuestro tiempo en cuanto a la verdad. A menudo la verdad queda hoy reducida a la autenticidad subjetiva del indi­viduo, válida sólo para la vida de cada uno. Una verdad común nos da miedo, porque la identi­ficamos con la imposición intransigente de los totalitarismos. Llegados a este punto podemos ver en el texto de la encíclica una aportación a la respuesta de Marina.  “Si es la verdad del amor, si es la verdad que se desvela en el encuen­tro personal con el Otro y con los otros, entonces se libera de su clausura en el ámbito privado para formar parte del bien común. La verdad de un amor no se impone con la violencia, no aplasta a la persona. Naciendo del amor puede llegar al corazón, al centro personal de cada hombre…Se ve claro así que la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro. La encíclica continúa desarrollando la misma idea respecto al mundo material afirmando que  “la luz de la fe, unida a la ver­dad del amor, no es ajena al mundo material, por­que el amor se vive siempre en cuerpo y alma”… La mirada de la ciencia se beneficia así de la fe: ésta invita al científico a es­tar abierto a la realidad, en toda su riqueza inago­table.

Podríamos resumir que cuando la Fe conecta con la Verdad y el Amor, desaparece la tentación de imponer sistemas de valores por la fuerza. La Verdad se impone sola con la fuerza del Amor, porque es amable.

Cuando la fe no conecta con la Verdad como en algunos “reinos cristianos, en dictaduras totalitarias fascistas, en regímenes comunistas, o en países islámicos radicales”; o como la fe en el paraíso del proletariado, o la fe en la ideología de género, es una fe en algo erróneo y por tanto una fe sin amor, una fe cuyo objeto no verdadero necesita ser impuesto con violencia o eliminando la libertad mediante el uso de los resortes del Estado como en el caso de la Ideología de género en la enseñanza y en la educación. Sólo la verdad atrae. La Verdad Grande, como dice la encíclica, no es un fruto de la inteligencia humana sino que existe por sí misma y es reconocible por la inteligencia porque es amable y atractiva.
 

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