Acuden al templo muchas mujeres jóvenes y mayores, con el deseo de liberarse por medio de la oración del fuerte trauma psíquico y del desgarrón interior que supone haber tomado la decisión de abortar.
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Ante el anuncio de Reforma de Ruiz Gallardón ya han aparecido las
primeras voces oponiéndose. Esta vez provienen de la Plataforma “Decidir Nos
hace Libres” que supuestamente agrupa a “trescientas” organizaciones y
afirman que la reforma Gallardón llevará en el 2014 a 100.000 abortos clandestinos.
Se argumenta que “pasar de 120.000 abortos legales a 13.000 no se puede hacer
por arte de magia”. Aunque discrepo en que se vayan a producir abortos
clandestinos y más en las cifras que manejan, si realmente es esta su
preocupación, si lo que buscan no es que la mujer aborte si o si, sino que la
mujer pueda decidir también seguir adelante con su embarazo, la solución para
evitarlo está muy clara y consiste en políticas de apoyo a la mujer embarazada
para que no se vea abocada a abortar. Ahí podemos hacer un frente común
si hay buena fe por parte de la Plataforma “Decidir Nos hace Libres”. El
problema es que en el contexto actual la mujer no es libre para decidir seguir
adelante con su embarazo y el fondo de la cuestión está en que cada día mueren
en España más de 300 niños no nacidos víctimas del aborto sin que ninguna ley
se pregunte ¿cuándo empieza la vida humana? y ¿qué valor tiene la vida humana?
Como afirma el Lincoln de Spielberg “-A.L.-Si
aceptamos someternos a las leyes, si estamos dispuestos a perder
libertades, la libertad de oprimir, por ejemplo, descubriremos otras libertades
anteriormente desconocidas.
¿Y cómo financiar estas políticas
de apoyo a la mujer embarazada que reducirían el número de abortos sin generar
abortos clandestinos? Decía un santo español que “se gasta lo que se deba
aunque se deba lo que se gaste”. Me atrevería a decir que estas son las raíces
cristianas de las teorías de Keynes. El dinero no es una dificultad
insuperable en estos temas. Pensemos en la cantidad de riqueza y
tesorería que se podría generar si fuéramos capaces de poner a trabajar a los 6
millones de parados que tenemos; y la que se obtendría si se vendieran los
setecientos y pico mil pisos vacíos que tenemos en España a jubilados alemanes,
franceses, ingleses y japoneses. Y a nivel mundial, si fuésemos capaz de poner
100 euros en el bolsillo de cada familia de los países del tercer mundo para
que pudieran importar la producción de los países desarrollados. Los
comerciales de nuestras empresas buscan clientes como locos. Nuestro problema
no es producir si no vender nuestra producción. Si no somos capaces de hacer
todo esto es por la crisis de valores, la corrupción y por el tema que nos
ocupa, que “obnubila” las mentes de los que nos gobiernan y las nuestras
también por las omisiones en que incurrimos. La economía en sí es simple, son
reglas de tres. Si es compleja es porque la hacemos compleja o la hacen
compleja cuando la convierten en un campo de intereses cruzados o de minas.
Pero si damos un paso firme a favor de la vida “descubriremos otras opciones
anteriormente desconocidas”.
Siguiendo el
hilo conductor de la magistral película Lincoln de Steven Spielberg
publicamos una primera parte en Julio haciendo referencia a las declaraciones
de Alberto Ruiz Gallardón que comparaban la reforma del aborto con la abolición
de la esclavitud, afirmando que no hay nada más progresista que defender al
concebido no nacido. En la segunda parte, apoyándonos en relatos de la
película, dimos forma al texto de lo que sería la enmienda que aboliría la
esclavitud en la Constitución Española y resumimos los principios inspiradores
que tendría que tener la Ley Orgánica que la desarrollase. Posteriormente hemos
valorado las declaraciones del Ministro de Justicia del día 3 de septiembre y
su calendario de reforma establecido para octubre como un punto de inflexión
muy importante, pero lejos todavía de nuestro objetivo. Ahora es el
momento de hablar del día después de un aborto y conocer sus secuelas.
“-G.- A juzgar por la apariencia diría que tiene 10 años
más que hace un año. -A.L. Cierta fatiga ha calado bien en mis huesos. Nunca
había visto nada parecido a lo que he visto hoy. Nunca había visto nada igual.
-G- Usted siempre supo que esto iba a ser visceral y desagradable. Necesitaría
verlo de cerca si decidió venir hasta aquí.”
Shoji Tetishi,
un médico pediatra que dirige una pequeña clínica en Kioto, nos cuenta en el
libro Los Cerezos en Flor que “existe una hipocresía social, bastante extendida, que
lleva a silenciar las consecuencias del aborto en las mujeres, y a no querer
ver esa realidad, escuchando únicamente las explicaciones “políticamente
correctas”. Es “una historia jamás contada” de angustia y de sufrimiento
interior, que desgraciadamente los pediatras conocemos bien y que representan
plásticamente las estatuillas de los niños de las aguas que se encuentran en
diversos templos budistas de Japón”… El síndrome post-aborto, que llena a la
mujer de culpabilidad y vergüenza, no es “el fruto de la educación católica occidental”,
como pretenden algunos… Todos los hombres –todos, sin excepción- llevamos
impreso en nuestra conciencia el precepto: “no matarás”.
Nuestra
legislación se ocupa solo de proteger el cuerpo de la madre y hay mujeres que
abortan porque se encuentran en un estado de gran turbación y acaban creyéndose
las falsedades que le dicen algunos colegas: “no se preocupe; le voy a quitar
un simple bulto, un pequeño amasijo de carne y en pocos días se habrá olvidado
de todo”. Y algunas de ellas, sin nadie que las oriente y las ayude, toman esta
tristísima decisión, en contra de su hijo y de sí mismas.
Cerca
de mí clínica, en la ladera de una montaña, hay un templo budista, en el que
hay una especie de jardín donde se venera a una diosa rodeada de cientos de
imágenes pequeñitas. Estas estatuillas representan a “los niños de las aguas”;
es decir, los niños que fueron arrancados violentamente del seno materno por
medio de aborto. Según las creencias budistas, estos niños vagan
desorientados junto a las orillas del río que separa la tierra de los vivos de
la de los muertos, esperando a que alguien les ayude a atravesarlo.
Acuden
al templo muchas mujeres jóvenes y mayores, con el deseo de liberarse por medio
de la oración del fuerte trauma psíquico y del desgarrón interior que supone
haber tomado la decisión de abortar. En la entrada hay un cartel budista que
les recuerda que deben pedir perdón y orar por esos niños a los que negaron la
posibilidad de vivir…. las mujeres inscriben sus nombres en las estatuillas,
las visten con ropas de bebé y les llevan juguetes y dulces para intentar
aliviar sus sufrimientos.
A
las que acuden a mi consulta intento ayudarlas, como aconseja la Iglesia,
poniendo “aceite sobre las heridas”, pero no resulta fácil, porque ignoran que
Dios es un padre amoroso que está siempre dispuesto a perdonarlas. No tienen a
su alcance el sacramento de la Reconciliación como los católicos, no conocen la
Comunión de los Santos por la cual, después de recibir el perdón de Dios,
pueden llegar a establecer una relación espiritual con esa criatura que no
llegó a nacer.
Podemos acabar proclamando con Lincoln: “que aquí acordemos sin
reservas que estos muertos no hayan caído en vano, que esta nación bajo el
amparo de Dios, tenga un nuevo despertar en libertad”.
Publicado en El Mundo Cantabria el 7 de octubre de 2013
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