"Se está produciendo un “fenómeno preocupante por los efectos negativos que está teniendo en los
alumnos tanto en el plano académico como en el personal: la neutralidad sexual,
la consideración de que niños y niñas son idénticos; la idea de que la
feminidad y la masculinidad son construcciones sociales aprendidas que deben
ser eliminadas; la negativa a reconocer la existencia de cualquier tipo de
diferencia vinculada al sexo y de su posible impacto o trascendencia en el
ámbito pedagógico”.
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Por una parte la llegada de Ana
Patricia Botín a la Presidencia del Banco de Santander coincidiendo con el
inicio del curso escolar, y por otra parte las polémicas declaraciones de
Mónica Oriol, Presidente del Círculo de Empresarios sobre los barreras a la
contratación de la mujer que en la práctica puede plantear la protección
laboral de su maternidad, es una buena ocasión para reflexionar sobre un tema
que viene siendo objeto de un profundo debate como es la igualdad del hombre y
la mujer y que tiene sus raíces más tempranas en la igualdad de
oportunidades en la educación. Un tema en el que la ley del péndulo nos ha
llevado de un extremo a otro.
Durante siglos se han impuesto
estereotipos que han llevado minusvalorar el papel de la mujer en la vida
profesional, política y pública; y el de los hombres en la familia y el hogar;
y en el ámbito de la educación, la igualdad de oportunidades, ha tenido también
un largo recorrido hasta la incorporación de la mujer al mundo escolar con las
mismas exigencias, metas y obligaciones que los varones.
En el libro “Educando para la
Igualdad, de Maria Calvo Charro se plantea de forma muy acertada el concepto de
Igualdad y lo que supone Educar para la Igualdad. Maria Calvo, Presidenta de la
European Asociation Single Sex Education e Investigadora de la Universidad de
Harvard, elabora su libro a partir de una “investigación
previa, profunda, objetiva y rigurosa, tanto sobre estudios teóricos como sobre
experiencias prácticas exitosas, desarrolladas en España y en países de nuestro
entorno”. Conoce el tema en profundidad y es una autoridad en la
materia.
“Niños
y niñas, hombres y mujeres, son iguales en derechos y deberes, humanidad y dignidad,
sin que haya diferencias significativas en el coeficiente intelectual”.
Con la educación se trata de conseguir “una
sociedad más justa en la que los muchachos se involucren a fondo en las labores
domésticas y responsabilidades familiares, sin menoscabar por ello su
masculinidad; y en la que las niñas sean capaces de convertirse en las líderes
profesionales, políticas y sociales del mañana, sin renunciar por ello a su
esencia femenina, especialmente a la maternidad, favoreciendo así la labor humanizadora
de la sociedad como solo ellas, con su peculiar forma de sentir y vivir, pueden
hacerlo”.
Los objetivos son claros, y
son estos y no otros, pero en el camino hacia la igualdad no sólo ha habido
y hay estereotipos que superar, si no que al tratar de superarlos nos hemos ido
al extremo contrario y se está produciendo un “fenómeno
preocupante por los efectos
negativos que está teniendo en los alumnos tanto en el plano académico como en
el personal: la neutralidad sexual, la consideración de que niños y niñas son
idénticos; la idea de que la feminidad y la masculinidad son construcciones
sociales aprendidas que deben ser eliminadas; la negativa a reconocer la
existencia de cualquier tipo de diferencia vinculada al sexo y de su posible
impacto o trascendencia en el ámbito pedagógico”.
El aumento del fracaso escolar, y
el mayor número de niños y niñas afectados por problemas psíquicos tiene su
origen en el empeño por despreciar las diferencias sexuales, según científicos
y expertos de diferentes tendencias e ideologías. Los avances en la
neurociencia favorecidos por las nuevas tecnologías muestran que
desde la octava semana de gestación, se originan diferencias cerebrales, en
estructura y funcionamiento, provocadas principalmente por la testosterona en
los hombres y por los estrógenos en las mujeres; y marcan tendencias, aptitudes
y habilidades según el sexo durante toda la vida.
Para que la educación
desempeñe un papel fundamental en el equilibrado desarrollo de niños y niñas ha
de basarse sobre un conocimiento previo de las diferencias sexuales, porque
si las ignora o desprecia se pueden convertir en limitaciones y obstáculos para
el logro de una auténtica igualdad de oportunidades. El sexo no es algo
accidental sino constitutivo de la persona y los métodos pedagógicos y las
estrategias docentes y educativas deben ser diferentes; y aquellos métodos
docentes que aprecien, valoren y concedan el tratamiento apropiado a las
especificidades propias de cada sexo serán sin duda los más apropiados para
lograr el equilibrio personal y humano que todo niño precisa para alcanzar una
madurez libre y responsable.
La idea de que las diferencias
entre niñas y niños se debían únicamente a la educación y la cultura, pero no a
diferencias biológicas llevó a pensar que una igualdad de oportunidades
real sólo se podría lograr tratando de forma idéntica a niños y niñas en
las aulas, como si fueran sexualmente neutros, sin embargo desde finales
de los noventa, los avances de la técnica y la ciencia han permitido mostrar
una realidad bien distinta y hasta ahora oculta: la existencia de
diferencias sexuales innatas, la realidad de una alteridad sexual natural. Décadas
de investigación en neurociencia, en endocrinología genética, psicología del
desarrollo, demuestran que las diferencias entre los sexos, respecto a las
aptitudes, formas de sentir, de trabajar, de reaccionar, no son solo el
resultado de unos roles tradicionalmente atribuidos a hombre y mujeres, o de
unos condicionamientos histórico-culturales, sino que en gran medida vienen
dadas por la naturaleza.
Las aportaciones del Dr. Hugo
Liaño, Jefe de Neurología de la Clínica Puerta de Hierro; de Lawrence
Cahill doctor en Neurociencia y profesor del Departamento de Neurobiología de
la Universidad de California son concluyentes en demostrar que los cerebros
de hombres y mujeres son diferentes tanto en su arquitectura como en su
actividad sin que estas diferencias impliquen términos de
superioridad-inferioridad. Determinadas regiones del cerebro no participan por
igual, ni del mismo modo, en los procesos cognitivos de ambos sexos. Existe un
dimorfismo sexual cerebral que requiere una respuesta adecuada en el ámbito del
aprendizaje y la educación. Los primeros hallazgos de este dimorfismo sexual en
la lateralización de funciones cerebrales se realizaron en pacientes que habían
sufrido algún tipo de lesión en un hemisferio u otro. Los hombres con algún
daño en el hemisferio izquierdo tenían dificultades para realizar test
verbales, mientras que los dañados en el hemisferio derecho tenían dificultades
para la realización de test no verbales. Estas diferencias no se observaron en
mujeres. En general se reconoce que el cerebro masculino muestra mayores
asimetrías que el cerebro femenino.
La neurociencia muestra que
los hombres y las mujeres no nacen como hojas en blanco, en las que las
diferencias de la infancia marcan la aparición de las personalidades femenina y
masculina, sino que cada sexo tiene ciertas dotes naturales.
Por su parte el psicólogo
Serafín Lemos señala que los varones destacan por las habilidades
espaciales, numéricas y mecánicas y son más propensos a construir el mundo en
términos de objetos, ideas y teorías. Sin embargo las mujeres desde muy pronto
destacan en las capacidades sensoriales y verbales, que facilitan la comunicación
y la compenetración interpersonal; física y psicológicamente maduran más
rápidamente.
Estas variaciones
estructurales y funcionales básicas de los cerebros constituyen el fundamento
biológico de muchas diferencias cotidianas en el comportamiento y experiencias
vitales de hombres y mujeres. Son la base de planes de educación diferenciada,
que permitan trabajar con grupos homogéneos para alcanzar los objetivos de
igualdad social y que comentaremos en otra ocasión.
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