miércoles, 8 de octubre de 2014

OBJETIVOS DE IGUALDAD


"Se está produciendo un “fenómeno preocupante por los efectos negativos que está teniendo en los alumnos tanto en el plano académico como en el personal: la neutralidad sexual, la consideración de que niños y niñas son idénticos; la idea de que la feminidad y la masculinidad son construcciones sociales aprendidas que deben ser eliminadas; la negativa a reconocer la existencia de cualquier tipo de diferencia vinculada al sexo y de su posible impacto o trascendencia en el ámbito pedagógico”.

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Por una parte la llegada de Ana Patricia Botín a la Presidencia del Banco de Santander coincidiendo con el inicio del curso escolar, y por otra parte las polémicas declaraciones de Mónica Oriol, Presidente del Círculo de Empresarios sobre los barreras a la contratación de la mujer que en la práctica puede plantear la protección laboral de su maternidad, es una buena ocasión para reflexionar sobre un tema que viene siendo objeto de un profundo debate como es la igualdad del hombre y la mujer y que tiene sus raíces más tempranas en  la igualdad de oportunidades en la educación. Un tema en el que la ley del péndulo nos ha llevado de un extremo a otro.

Durante siglos se han impuesto estereotipos que han llevado minusvalorar el papel de la mujer en la vida profesional, política y pública; y el de los hombres en la familia y el hogar; y en el ámbito de la educación, la igualdad de oportunidades, ha tenido también un largo recorrido hasta la incorporación de la mujer al mundo escolar con las mismas exigencias, metas y obligaciones que los varones.

En el libro “Educando para la Igualdad, de Maria Calvo Charro se plantea de forma muy acertada el concepto de Igualdad y lo que supone Educar para la Igualdad. Maria Calvo, Presidenta de la European Asociation Single Sex Education e Investigadora de la Universidad de Harvard, elabora su libro a partir de una  “investigación previa, profunda, objetiva y rigurosa, tanto sobre estudios teóricos como sobre experiencias prácticas exitosas, desarrolladas en España y en países de nuestro entorno”. Conoce el tema en profundidad y es una autoridad en la materia.

Niños y niñas, hombres y mujeres, son iguales en derechos y deberes, humanidad y dignidad, sin que haya diferencias significativas en el coeficiente intelectual”. Con la educación se trata de conseguir “una sociedad más justa en la que los muchachos se involucren a fondo en las labores domésticas y responsabilidades familiares, sin menoscabar por ello su masculinidad; y en la que las niñas sean capaces de convertirse en las líderes profesionales, políticas y sociales del mañana, sin renunciar por ello a su esencia femenina, especialmente a la maternidad, favoreciendo así la labor humanizadora de la sociedad como solo ellas, con su peculiar forma de sentir y vivir, pueden hacerlo”.

Los objetivos son claros, y son estos y no otros, pero en el camino hacia la igualdad no sólo ha habido y hay estereotipos que superar, si no que al tratar de superarlos nos hemos ido al extremo contrario y se está produciendo un “fenómeno preocupante por los efectos negativos que está teniendo en los alumnos tanto en el plano académico como en el personal: la neutralidad sexual, la consideración de que niños y niñas son idénticos; la idea de que la feminidad y la masculinidad son construcciones sociales aprendidas que deben ser eliminadas; la negativa a reconocer la existencia de cualquier tipo de diferencia vinculada al sexo y de su posible impacto o trascendencia en el ámbito pedagógico”.

El aumento del fracaso escolar, y el mayor número de niños y niñas afectados por problemas psíquicos tiene su origen en el empeño por despreciar las diferencias sexuales, según científicos y expertos de diferentes tendencias e ideologías. Los avances en la neurociencia favorecidos por las nuevas tecnologías muestran que desde la octava semana de gestación, se originan diferencias cerebrales, en estructura y funcionamiento, provocadas principalmente por la testosterona en los hombres y por los estrógenos en las mujeres; y marcan tendencias, aptitudes y habilidades según el sexo durante toda la vida.

Para que la educación desempeñe un papel fundamental en el equilibrado desarrollo de niños y niñas ha de basarse sobre un conocimiento previo de las diferencias sexuales, porque si las ignora o desprecia se pueden convertir en limitaciones y obstáculos para el logro de una auténtica igualdad de oportunidades. El sexo no es algo accidental sino constitutivo de la persona y los métodos pedagógicos y las estrategias docentes y educativas deben ser diferentes; y aquellos métodos docentes que aprecien, valoren y concedan el tratamiento apropiado a las especificidades propias de cada sexo serán sin duda los más apropiados para lograr el equilibrio personal y humano que todo niño precisa para alcanzar una madurez libre y responsable.

La idea de que las diferencias entre niñas y niños se debían únicamente a la educación y la cultura, pero no a diferencias biológicas llevó a pensar que una igualdad de oportunidades real sólo se podría lograr tratando de forma idéntica a niños y niñas en las aulas, como si fueran sexualmente neutros, sin embargo desde finales de los noventa, los avances de la técnica y la ciencia han permitido mostrar una realidad bien distinta y hasta ahora oculta: la existencia de diferencias sexuales innatas, la realidad de una alteridad sexual natural. Décadas de investigación en neurociencia, en endocrinología genética, psicología del desarrollo, demuestran que las diferencias entre los sexos, respecto a las aptitudes, formas de sentir, de trabajar, de reaccionar, no son solo el resultado de unos roles tradicionalmente atribuidos a hombre y mujeres, o de unos condicionamientos histórico-culturales, sino que en gran medida vienen dadas por la naturaleza.

Las aportaciones del Dr. Hugo Liaño, Jefe de Neurología de la Clínica Puerta de Hierro; de Lawrence Cahill doctor en Neurociencia y profesor del Departamento de Neurobiología de la Universidad de California son concluyentes en demostrar que los cerebros de hombres y mujeres son diferentes tanto en su arquitectura como en su actividad sin que estas diferencias impliquen términos de superioridad-inferioridad. Determinadas regiones del cerebro no participan por igual, ni del mismo modo, en los procesos cognitivos de ambos sexos. Existe un dimorfismo sexual cerebral que requiere una respuesta adecuada en el ámbito del aprendizaje y la educación. Los primeros hallazgos de este dimorfismo sexual en la lateralización de funciones cerebrales se realizaron en pacientes que habían sufrido algún tipo de lesión en un hemisferio u otro. Los hombres con algún daño en el hemisferio izquierdo tenían dificultades para realizar test verbales, mientras que los dañados en el hemisferio derecho tenían dificultades para la realización de test no verbales. Estas diferencias no se observaron en mujeres. En general se reconoce que el cerebro masculino muestra mayores asimetrías que el cerebro femenino.

La neurociencia muestra que los hombres y las mujeres no nacen como hojas en blanco, en las que las diferencias de la infancia marcan la aparición de las personalidades femenina y masculina, sino que cada sexo tiene ciertas dotes naturales.

Por su parte el psicólogo Serafín Lemos señala que los varones destacan por las habilidades espaciales, numéricas y mecánicas y son más propensos a construir el mundo en términos de objetos, ideas y teorías. Sin embargo las mujeres desde muy pronto destacan en las capacidades sensoriales y verbales, que facilitan la comunicación y la compenetración interpersonal; física y psicológicamente maduran más rápidamente.

Estas variaciones estructurales y funcionales básicas de los cerebros constituyen el fundamento biológico de muchas diferencias cotidianas en el comportamiento y experiencias vitales de hombres y mujeres. Son la base de planes de educación diferenciada, que permitan trabajar con grupos homogéneos para alcanzar los objetivos de igualdad social y que comentaremos en otra ocasión.

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