"La verdad de un amor no se impone con la violencia, no aplasta a la persona. Naciendo del amor puede llegar al corazón, al centro personal de cada hombre…Se ve claro así que la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro."
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Cuando leía el interesante
artículo “La primavera en llamas” de José Antonio Marina –filósofo- publicado
el pasado lunes 19 de agosto no podía evitar pensar en la Carta encíclica Lumen
Fidei publicada por el Papa Francisco y Benedicto XVI el pasado 29 de Junio,
por las íntimas conexiones entre ambas. Ante todo hay que decir que el artículo
de J.A. Marina es muy interesante no sólo por su contenido sino también por la
fluidez de su lectura y su calidad literaria.
Partiendo del análisis de hechos
distintos y puntos de vistas distintos ambos llegan a los mismos interrogantes
que resuelven también de forma distinta, por lo que el contraste de ambos
textos resulta como mínimo enriquecedor.
Ante la crisis de Egipto, Marina
comenta que “La indignación –la protesta
contra la injusticia o la tiranía- aglutina a mucha buena gente. Pero el
momento posterior, el momento constructivo –el que responde a la pregunta ¿y
qué es lo justo y como conseguirlo?- disgrega y enfrenta. Por eso es más fácil
ponerse de acuerdo en lo que se quiere conseguir que en lo que se quiere
erradicar”….. “Lo que quieren los
protagonistas de la Primavera Árabe es acabar con la dictadura e implantar la
democracia. Pero ¿qué quiere decir eso? La democracia es sin duda el mejor
sistema para organizar la administración del poder, pero no todo lo que
democráticamente se decide es justo”…“La democracia no es la norma suprema,
sino que tiene que estar sometida a derechos superiores a la democracia, de
origen ético, no religioso.
La democracia no es la norma
suprema y ha de estar sometida a postulados o derechos superiores, pero
mientras Marina busca unos principios superiores de origen ético no religioso
en la Encíclica, se busca que sean sobre todo “verdaderos” objetivamente.
Antonio Marina expone los hechos
objeto de su análisis “En Egipto…se plantea un
problema: una fuerza no democrática –al menos según los estándares
occidentales- como son los partidos islámicos, puede alcanzar legalmente el
poder. Es esto lo que resulta inquietante. En Europa tenemos la experiencia de
que Hitler accedió democráticamente al poder; y a continuación
afirma que “La democracia consiste en admitir
que el gobierno está en el pueblo y la ética fija los límites de lo que la
democracia puede decidir; que “confía
en la inteligencia humana y en su capacidad para resolver problemas; y enuncia
una ley práctica del progreso
ético/político de la humanidad; uno de cuyos postulados –obstáculos
a eliminar- ya habían sido expuestos por Laureano López Rodó, a quién cita.
“Cuando
se eliminan cinco obstáculos –la miseria, la ignorancia, el dogmatismo, el
miedo al poder y al resentimiento- las sociedades evolucionan espontáneamente
hacia regímenes democráticos respetuosos con las garantías jurídicas y los
derechos individuales. De estos cinco obstáculos insiste en “el dogmatismo. Hay una postura religiosa o políticamente
integrista, refractaria a todo tipo de aceptación de los derechos del
adversario, que se dio en reinos cristianos, en dictaduras totalitarias
fascistas, en regímenes comunistas, o en países islámicos radicales”
Y este es el punto principal
planteado también y resuelto de modo diverso en la encíclica Lumen Fidei, que
busca en primer lugar la conexión de la Fe con la Verdad, admitiendo que con
frecuencia sólo se acepta la verdad tecnológica pero que “La verdad grande… la verdad que explica la vida personal y social en su conjunto, es
vista con sospecha. ¿No ha sido esa verdad —se preguntan— la que han
pretendido los grandes totalitarismos del siglo pasado, una verdad que imponía
su propia concepción global para aplastar la historia concreta del individuo?
Esta pregunta está implícita y explícita en toda la argumentación
anterior de Antonio Marina. “Así, queda sólo un
relativismo en el que la cuestión de la verdad completa, que es en el fondo la
cuestión de Dios, ya no interesa. A su vez la respuesta de Antonio
Marina está implícita en la siguiente afirmación
“ En esta perspectiva, es lógico que se pretenda deshacer la conexión de la
religión con la verdad, porque este nexo estaría en la raíz del fanatismo, que
intenta arrollar a quien no comparte las propias creencias”. Pasando
a continuación a plantear la pregunta principal, si “en esta situación, ¿puede la fe cristiana ofrecer
un servicio al bien común indicando el modo justo de entender la verdad?”
respondiendo que “La fe conoce por
estar vinculada al amor,” y el amor
“sólo en cuanto está fundado en la verdad puede perdurar en el tiempo”... Amor
y verdad no se pueden separar... La luz del amor, propia de la fe, puede iluminar
los interrogantes de nuestro tiempo en cuanto a la verdad. A menudo la verdad
queda hoy reducida a la autenticidad subjetiva del individuo, válida sólo para
la vida de cada uno. Una verdad común nos da miedo, porque la identificamos
con la imposición intransigente de los totalitarismos. Llegados
a este punto podemos ver en el texto de la encíclica una aportación a la
respuesta de Marina. “Si es la verdad del
amor, si es la verdad que se desvela en el encuentro personal con el Otro y
con los otros, entonces se libera de su clausura en el ámbito privado para
formar parte del bien común. La verdad de un amor no se impone con la
violencia, no aplasta a la persona. Naciendo del amor puede llegar al
corazón, al centro personal de cada hombre…Se ve claro así que la fe no es
intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro. La
encíclica continúa desarrollando la misma idea respecto al mundo material
afirmando que “la luz de la fe, unida a la
verdad del amor, no es ajena al mundo material, porque el amor se vive
siempre en cuerpo y alma”… La mirada
de la ciencia se beneficia así de la fe: ésta invita al científico a estar
abierto a la realidad, en toda su riqueza inagotable.
Podríamos resumir que cuando la
Fe conecta con la Verdad y el Amor, desaparece la tentación de imponer sistemas
de valores por la fuerza. La Verdad se impone sola con la fuerza del Amor,
porque es amable.
Cuando la fe no conecta con la
Verdad como en algunos “reinos cristianos, en
dictaduras totalitarias fascistas, en regímenes comunistas, o en países
islámicos radicales”; o como la
fe en el paraíso del proletariado, o la fe en la ideología de género, es una fe
en algo erróneo y por tanto una fe sin amor, una fe cuyo objeto no verdadero
necesita ser impuesto con violencia o eliminando la libertad mediante el uso de
los resortes del Estado como en el caso de la Ideología de género en la
enseñanza y en la educación. Sólo la verdad atrae. La Verdad Grande, como dice
la encíclica, no es un fruto de la inteligencia humana sino que existe por sí
misma y es reconocible por la inteligencia porque es amable y atractiva.