“Desde
Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte.
Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores
auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los
demás continentes. ... Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de
progreso para el mundo.”
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Es el mensaje de Juan Pablo II el 9 de
noviembre de 1982 que ahora, en la coyuntura actual, vuelve a estar de rabiosa
actualidad. Juan Pablo II dejó de estar con nosotros el 2 de Abril de 2005 a
las 21:37 hace ya 9 años. Algunas de sus últimas palabras estaban dirigidas a
los jóvenes: “...os he buscado. Ahora habéis venido a mí. Os lo agradezco”.
Juan Pablo II era un hombre que hablaba a las naciones, era un ciudadano del
mundo. Decía el periodista americano George Weigel que cuando estaba ante el
Presidente de los EEUU Jimmy Carter, tenía la impresión de estar ante un líder
religioso pero con Juan Pablo II su impresión era la de estar ante un hombre de
Estado. No podemos cometer el error de aceptar la objeción de quienes dicen que
era un líder religioso y con este pretexto rechazan cualquier cita a su legado.
El retraso del anteproyecto de Ley de Protección de la Vida del
Concebido y los Derechos de la embarazada de Ruiz Gallardón hasta después de
las elecciones europeas del 25 de Mayo ha permitido que un mes antes, se
produzca la canonización de Juan Pablo II con una asistencia masiva de personas
de todo el mundo en Roma. La Evangelium Vitae y todos sus escritos sobre la
cultura de la vida y la cultura de la muerte están ahora en el “candelero” y
van a ocupar los titulares de la prensa. Nos ha indicado que “entre todos los delitos que el hombre puede cometer contra la vida, el
aborto procurado presenta características que lo hacen particularmente grave e
ignominioso….” y se ha dirigido a las mujeres que han abortado “… podréis estar con vuestro doloroso
testimonio entre los defensores más elocuentes del derecho de todos a la vida”,
llegando a decirles que “…seréis artífices de un nuevo modo de mirar la vida del hombre”.
No es muy difícil encontrar en Internet textos y cartas de agradecimiento
de mujeres que han abortado y que se han sentido profundamente removidas y
confortadas ante estas palabras. En concreto podemos encontrar un testimonio
conmovedor en: “Carta
abierta de una madre que abortó” de Marina Dainese Milán, Italia, en el
enlace:
Juan Pablo II ha pedido con urgencia “una movilización general de las conciencias y
un común esfuerzo ético, para poner en práctica una gran estrategia en favor de
la vida. Todos juntos debemos construir una nueva cultura de la vida: nueva,
para que sea capaz de afrontar y resolver los problemas propios de hoy sobre la
vida del hombre; nueva, para que sea asumida con una convicción más firme y
activa por todos los cristianos; nueva, para que pueda suscitar un encuentro
cultural serio y valiente con todos”.
En
la Evangelium Vitae Juan Pablo II se dirige a los responsables de la vida
pública recordándoles la necesidad de tomar decisiones valientes: “Llamados a servir al hombre y al bien común, tienen
el deber de tomar decisiones valientes en favor de la vida, especialmente en el
campo de las disposiciones legislativas. En un régimen democrático, donde las
leyes y decisiones se adoptan sobre la base del consenso de muchos, puede
atenuarse el sentido de la responsabilidad personal en la conciencia de los individuos
investidos de autoridad. Pero nadie puede abdicar jamás de esta
responsabilidad, sobre todo cuando se tiene un mandato legislativo o ejecutivo,
que llama a responder ante Dios, ante la propia conciencia y ante la sociedad
entera de decisiones eventualmente contrarias al verdadero bien común.”
Les recuerda también la importancia de las leyes en la formación de las
costumbres y en definitiva en la aceptación social del aborto: “las leyes no son el único instrumento para defender la
vida humana, sin embargo desempeñan un papel muy importante y a veces
determinante en la promoción de una mentalidad y de unas costumbres. …Una norma
que viola el derecho natural a la vida de un inocente es injusta y, como tal,
no puede tener valor de ley. Y les hace una apremiante llamada a
eliminar las leyes inicuas y las causas que favorecen los atentados contra la
vida, y a promover iniciativas en pro de una cultura de la vida: “para que no promulguen leyes que, ignorando la dignidad
de la persona, minen las raíces de la misma convivencia ciudadana… En el
contexto de las democracias pluralistas, es difícil realizar una eficaz defensa
legal de la vida por la presencia de fuertes corrientes culturales de diversa
orientación. Sin embargo, movido por la certeza de que la verdad moral
encuentra un eco en la intimidad de cada conciencia, animo a los políticos,
comenzando por los cristianos, a no resignarse y a adoptar aquellas decisiones
que, teniendo en cuenta las posibilidades concretas, lleven a restablecer un
orden justo en la afirmación y promoción del valor de la vida. En esta
perspectiva, es necesario poner de relieve que no basta con eliminar las leyes
inicuas. Hay que eliminar las causas que favorecen los atentados contra la
vida, asegurando sobre todo el apoyo debido a la familia y a la maternidad: la
política familiar debe ser eje y motor de todas las políticas sociales. Por
tanto, es necesario promover iniciativas sociales y legislativas capaces de
garantizar condiciones de auténtica libertad en la decisión sobre la paternidad
y la maternidad; además, es necesario replantear las políticas laborales,
urbanísticas, de vivienda y de servicios para que se puedan conciliar entre sí
los horarios de trabajo y los de la familia, y sea efectivamente posible la
atención a los niños y a los ancianos”.
Juan Pablo II sembró con gran abundancia, hasta consumirse físicamente en
sus últimos años. En uno de los últimos mensajes del Ángelus no pudo articular
palabra. Nos habló de una primavera espiritual cuya realidad pudimos entrever
en la JMJ de Madrid en el 2011 con Benedicto XVI y ahora con el Papa Francisco
en Río de Janeiro. Algo dice que su canonización va a marcar un punto de
inflexión y la Cultura de la Vida brotará con fuerza volviendo a ocupar el
lugar preferente que le corresponde y que ahora le es usurpado.
¡Gracias, Juan Pablo II!
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