"cuando en ese patrimonio espiritual de valores y elementos inmateriales
que integran la cultura de una nación se incluyen contravalores, el concepto de
patria se corrompe. Ya no es el mismo para unos y para otros, ni es consensuable a base de
diálogo, y la unidad se rompe. No se
construye la patria ni se edifica el bien común sobre contravalores como el
aborto como derecho y la ideología de género "
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La propuesta del partido Popular de reformar la Constitución ha abierto “un melón” sobre cuya necesidad
empieza a haber consenso, pero este consenso ya no es tanto cuando se trata de
su contenido. Reformar la Constitución para mejorar el funcionamiento de
nuestro derecho, de nuestra democracia y de nuestra convivencia es un paso
adelante pero si se aprovecha la reforma
para introducir contravalores, estaremos dando un paso atrás y caminaremos hacia la fragmentación social y
la ruptura de la convivencia.
El pasado 13 de Agosto en un interesante artículo, Roberto de Guezala hace unas certeras
reflexiones sobre el patriotismo afirmando que “es
una palabra en desuso que habría que rescatar para actualizarla. Según el
diccionario de la RAE es el sentimiento de amor a la patria procurando su bien.
No como actitud patológica sino como una adhesión práctica a los valores
constitucionales. Considera que es “Mucho más práctico ser generosos para
que sea justo lo que posteriormente recibamos. Al hacer la vida agradable a los
demás, sin darte cuenta estás consiguiendo la felicidad”. Y afirma que “las personas desinteresadas se llegan a apasionar y
hasta a emocionar con los proyectos colectivos, con el bien común, pero lamentablemente
para la colectividad son escasas”. Recuerda que Ortega y Gasset “nos advertía de que los nacionalismos eran
insaciables y nos pedía que tuviéramos un ilusionante proyecto que
justifique nuestra vida en común, una convivencia en prosperidad que garantice
el bienestar de todos.
Juan pablo II en su libro Memoria e Identidad trata en
profundidad tanto el concepto de patria
como el de nación. “La patria es en cierto modo lo mismo que el patrimonio,
es decir, el conjunto de bienes que hemos recibido como herencia de nuestros
antepasados. (…) esto se refiere ciertamente a la tierra, al territorio. Pero
el concepto de patria incluye también valores y elementos espirituales que
integran la cultura de una nación”. Considera que en el concepto
mismo de patria hay un “engarce profundo entre el aspecto espiritual y el material, entre la
cultura y la tierra. Afirma también que “el Evangelio ha dado un significado nuevo al concepto de
patria orientando todo lo que forma parte del patrimonio y de las patrias y culturas
humanas hacia la patria eterna”. Se pregunta ¿cómo se ha de
entender el patriotismo? Y sostiene que “es
parte del cuarto mandamiento, que
nos exige honrar al padre y a la madre. Patriotismo significa amar todo lo que
es patrio: su historia, sus tradiciones, la lengua y su misma configuración
geográfica. Un amor que abarca también las obras de los compatriotas y los
frutos de su genio. Cualquier amenaza al gran bien de la patria se convierte en
una ocasión para verificar este amor.(…) La patria es un bien común de todos los ciudadanos y,
como tal, también un gran deber.
Se pregunta si la tendencia al incremento de estructuras
supranacionales no comporta también que las naciones pequeñas deberían dejarse
absorber por estructuras política más grandes para poder sobrevivir y responde
que “parece que, como sucede con la familia,
también la nación y la patria siguen siendo realidades insustituibles”. Afirma
que la identidad cultural e histórica de las sociedades se protege y anima por
lo que integra el concepto de nación, pero se debe evitar “que la función insustituible de la nación degenere en
el nacionalismo.” Se
pregunta ¿cómo se puede evitar este riesgo? Y responde que con el
patriotismo. “En efecto, el nacionalismo
se caracteriza porque reconoce y pretende únicamente el bien de su propia
nación, sin contar con los derechos de las demás. Por el contrario, el
patriotismo, en cuanto amor por la patria, reconoce a todas las otras naciones
los mismos derechos que reclama para la propia y, por tanto, es una forma de
amor social ordenado. El patriotismo, como sentimiento de apego a la propia
nación y a la patria, debe evitar transformarse en nacionalismo”.
De Guezala concluye
de forma constructiva en su artículo que “Nuestra vieja España unida y sin carcoma
destructora es capaz de conseguir los objetivos que se proponga asombrando al
mundo entero, pero si lo que
impera son los egoísmos aldeanos estaremos condenados al fracaso. La izquierda
bueno será que se olvide de su tic nervioso antipatriótico y la derecha será
mejor que no abuse de su actitud patriotera en beneficio de la España común de
2015; los experimentos asamblearios y populistas dejémoslos para otra ocasión”.
Mantengamos todos un sereno patriotismo;
con orgullo de nuestras raíces, con la idea de que la fuerza de la unión nos
traerá buenos beneficios. Y se sonroja al leer en la encuesta
del CIS de 2015 “que solo el 16% de los españoles está dispuesto a defender a su
nación. Afirmando que “Son
absolutamente lícitas las aspiraciones particulares pero será más fácil
conseguirlas en una España potente, ilusionada y unida, aunque esto no guste a
alguna minoría egoísta que engaña para tocar poder.
Muchas otras ideas ha expuesto Roberto de Guezala que me he
atrevido a resumir. Por mi parte quiero
añadir que el hecho de que sólo el 16% de los españoles esté dispuesto a
defender a su nación lo atribuyo al olvido del bien común. Cuando en esa
herencia que se recibe o que se quiere transmitir, cuando en ese patrimonio espiritual de valores y elementos inmateriales
que integran la cultura de una nación se incluyen contravalores, el concepto de
patria se corrompe. Ya no es el
mismo para unos y para otros, ni es consensuable a base de diálogo, y la unidad
se rompe. No se construye la patria
ni se edifica el bien común sobre contravalores como el aborto como derecho y
la ideología de género como identidad del hombre y la mujer. Si estos no
sólo no se eliminan de nuestra legislación sino que se intentan llevar a la
Constitución, no podremos evitar que España se convierta en poco tiempo en
reinos de Taifas. El bien convence y se
abre camino cuando no se le aprisiona, pero el mal disfrazado de bien puede
engañar durante un tiempo, pero necesita de los resortes del Estado para
imponerse y posteriormente de la violencia para mantenerse. Todas las
ideologías del siglo XX han dado buena cuenta de ello.
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