La Verdad nos hace libres ¿Y la libertad? ¿Nos hace
verdaderos? Eso ha afirmado algún filósofo. Pero, ¿es correcto, o es erróneo? Y
si es erróneo ¿dónde está el error?
Tres amigos comen en un restaurante. A la hora de pagar, la
cuenta sube 25 euros. Cada uno pone diez. El camarero les devuelve cinco. Se reparten
uno para cada uno y dejan dos de propina. En realidad cada uno ha puesto nueve
euros. Nueve por tres veintisiete y dos que le dejan de propina al camarero
veintinueve. ¿Dónde está el euro que falta?
Con este enredo podemos pasar un rato entretenido en una
cena, que se prolongará si entre los presentes hay alguien de “letras”, como se
decía en mis tiempos de estudiante. El error está en el planteamiento. La
comida cuesta veinticinco euros. Más dos de propina son veintisiete. Más tres
que se reparten nos dan los treinta euros que pusieron inicialmente.
En la cuestión filosófica anterior hay algo de lo mismo, pero
el enredo puede ser más difícil de desenredar porque no nos movemos en el
terreno de la materia, donde todo es concreto y simple. Las matemáticas son
para “tontos”, decía un profesor que tuve, sin embargo el campo de la filosofía
es mucho más difícil porque no es tangible, pero más importante porque cuando
el bien se confunde con el mal lo primero que aparece es el sufrimiento. Y a
nadie le gusta sufrir. Podemos estar dispuestos a soportar el esfuerzo en aras
de un bien mayor, pero sufrir por sufrir y sufrir indefinidamente, para
siempre, no parece que a nadie guste.
Verdad, bien y belleza son tres conceptos filosóficos que
tienen mucho que ver con la felicidad a la que aspiramos. Son valores
trascendentales, acordes con nuestra esencia más profunda y salvaguardan
nuestra libertad. Nos permiten ser libres. El error, el mal y el horror no nos
atraen porque no nos proporcionan felicidad. Nos repelen y cuando vamos a
ellos, lo hacemos engañados, seducidos u obligados. La verdad nos hace libres,
pero con nuestra actuación libre no construimos la verdad, ni el bien ni la
belleza. Estos existen previamente. Podemos hacer el bien y podemos hacer el
mal, pero no por hacer el mal libremente se convierte en bien, en verdad ni en
belleza. Arrogarnos la potestad de hacer la verdad con nuestra libertad, afirmar
que la libertad nos hace verdaderos, es poco menos que dar forma a aquel
“seréis como dioses” del Génesis.
Descartes baso su pensamiento filosófico, su discurso del
método en el axioma “pienso, luego existo”. El planteamiento correcto es
“existo, y porque existo pienso”. Su sentencia confunde las causas con los
efectos y lleva la filosofía al subjetivismo, desconecta con la realidad, que
es dónde radica la verdad, el bien y la belleza que a su vez es causa de
nuestra felicidad. El caos en el que se han desenvuelto todos los filósofos
posteriores ha sido tremendo y el sufrimiento que han aportado a la humanidad
mayúsculo. Los horrores del siglo XX tienen mucho que ver con el pensamiento filosófico
dominante en esa época y puesto en práctica.
El axioma, la “libertad nos hace verdaderos” supone la
inversión del axioma correcto “la verdad nos hace libres”. Supone el mismo
error anterior pero no ya en el campo de la razón, del pensamiento sino en el
campo de la voluntad. Barra libre para hacer lo que te dé la gana porque eso es
verdadero, es bueno y es bello.
Zapatero se hizo eco de esta frase “la libertad nos hace
verdaderos” y ha corrompido de raíz nuestra legislación, dejándonos
desprotegidos ante las mayores injusticias, ante las actuaciones más radicales.
La ley 2/2010 es una bomba de relojería, un arma de destrucción masiva capaz de
tapar bocas y romper ojos y dientes.
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