La afirmación del psiquiatra Joseph Nicolosi de que “la mente, el cuerpo y el espíritu deben trabajar juntos en armonía para que el hombre y la mujer estén a bien consigo mismo y maduren en su potencial como persona” es el punto crucial del problema de la atracción por el mismo sexo. La condición de hombre o mujer reflejada en la cadena de cromosomas ADN de cada una de las células de nuestro cuerpo que se refleja en la complementariedad física y fisiológica del hombre y la mujer deben estar en consonancia con el sentir de la mente y del espíritu; y las disfunciones que se produzcan serán siempre una fuente de frustración y sufrimiento: es el mensaje de este autor.
Este capítulo “Ciencia Frente
a Ideología” del Libro “Alteridad
Sexual” de Maria Calvo Charro que transcribimos a continuación, viene
a dar soporte científico a esta afirmación
CIENCIA FRENTE A IDEOLOGÍA
“Décadas de
investigación en neurociencia, en endocrinología genética, en psicología del
desarrollo, demuestran que las diferencias entre los sexos, en sus aptitudes,
formas de sentir, de trabajar, de reaccionar, no son solo el resultado de unos
roles tradicionalmente atribuidos a hombre y mujeres, o de unos
condicionamientos histórico-culturales, como pretenden hacer creer los
ideólogos de género, sino que, en gran medida, vienen dadas por la naturaleza
(www.brainsexmmatters.com)
Los más recientes
avances en la tecnología de la imagen y en la investigación médica reconocen la
existencia de diferencias sexuales en el cerebro que posteriormente ejercerán
una innegable influencia en todas las facetas de la vida de la persona, según
sea varón o mujer. Estos descubrimientos
echan por tierra la base sobre la que se asienta toda la ideología de género:
la inexistencia de diferencias entre los sexos debidas a la naturaleza o
biología.
Los avances tecnológicos de las últimas décadas
nos han permitido acceder a un mundo cerebral recóndito y hasta hace poco
desconocido. La resonancia magnética
(RM) es un método no invasivo y seguro que facilita la obtención en tiempo
real de imágenes del cerebro en funcionamiento, gracias al cual los científicos
han documentado una increíble colección de diferencias cerebrales
estructurales, químicas, genéticas, hormonales y funcionales entre mujeres y
varones. Los cerebros femenino y masculino, aunque porcentualmente iguales en
inteligencia, son notablemente diferentes en estructura y funcionamiento
Los últimos descubrimientos de la neurociencia establecen una conexión incontrovertible entre
cerebro, hormonas y comportamientos. El diformismo sexual existe ya
desde el primer cuerpo unicelular humano, llamado cigoto (De Irala, 2008).
Pero, según el doctor Hugo Liaño, Jefe del Servicio de neurología de la Clínica
Puerta de Hierro, “es en la octava semana de gestación del feto cuando se
originan diferencias cerebrales provocadas por la testosterona en los hombres y
los estrógenos en las mujeres”. Estos esteroides se encargarían de dirigir la
organización y el “cableado” del cerebro durante el período de desarrollo e
influenciarían la estructura y la densidad neuronal de varias zonas (http://youtu.be/X-OL4G637HE)
Sandra Witleson, neurocientífica
conocida por los estudios que realizó en la década de los noventa sobre el
cerebro de Einstein, afirma con rotundidad: “El cerebro tiene sexo”. Hombres y mujeres salen del útero materno
con algunas tendencias e inclinaciones innatas, no nacen como hojas en blanco
en las que las experiencias de la infancia marcan la aparición de las
personalidades femeninas y masculina, sino que, por el contrario, cada uno
tiene ciertas dotes naturales
Es la naturaleza la que producirá dos sexos con aspectos
diferentes, pero también con cualidades
cognitivas diferentes basadas en un cerebro distinto, con una composición
química, anatomía, riego sanguíneo y metabolismo muy distintos. Los propios
sistemas que utilizamos para producir ideas y emociones, formar recuerdos,
conceptualizar e interiorizar experiencias, resolver problemas, donde se ubican
nuestras pasiones, percepciones, toda nuestra vida intelectual y emocional, son
distintos (Kimura, 2005).
El psiquiatra Gianfrancesco Zuanazzi afirma que “la sexualización
involucra a todo el organismo, de modo que el dimorfismo coimplica, de
manera más o menos evidente, a todos los órganos y funciones. En particular
este proceso afecta al sistema nervioso central, determinando diferencias estructurales y funcionales
entre el cerebro masculino y el femenino”. Ambos cerebros son fundamentales
variantes biológicas del cerebro humano” (Aparisi, 2006).
Lawrence Cahill, Doctor en
Neurociencia y profesor del Departamento de Neurobiología de la Universidad de
California (Irvine), considera que las investigaciones son concluyentes: los cerebros de hombres y mujeres son
diferentes en algunos aspectos, tanto en su arquitectura como en su
actividad. Lo
cual no implica que haya que interpretar esas diferencias en términos de
superioridad-inferioridad. Lo que sucede es que las estrategias para
conseguir un rendimiento parecido difieren en las que siguen el hombre y la
mujer.
Nuestros distintos
sistemas cerebrales son en su mayoría compatibles y afines pero realizan y
cumplen los mismos objetivos y tareas utilizando circuitos distintos.
Los resultados de las investigaciones sugieren que determinadas regiones del
cerebro no contribuyen por igual, ni del mismo modo, en los procesos cognitivos
de ambos sexos. De la comparación esquemática de las funciones intelectuales de
los cerebros humanos masculino y femenino viene a resultar que ninguno de los
sexos es claramente superior al otro. A pesar de las diferentes capacidades de
los hemisferios cerebrales del hombre y de la mujer, debe ser muy hábil el
aprovechamiento que cada sexo hace de sus ventajas puesto que al final se
obtienen cocientes intelectuales para adultos que carecen de diferencias
estadísticas entre poblaciones y homogéneas de hombres y mujeres. No es más
inteligente el hombre que la mujer ni esta que aquel; más bien sus cerebros se
comportan como complementarios los unos de los otros.
Para la neuróloga María Gudín, “la persona humana es hombre o mujer, y lleva inscrita esa condición en
todo su ser. Cada célula, órgano y función son sexuados. También nuestro psiquismo.
Y esto va a afectar al comportamiento de cada ser humano” (Calvo, coord. 2008).
El catedrático en fisiología Francisco José Rubia, Director del Instituto Pluridisciplinar de la Universidad Complutense,
afirma que cada vez resulta más evidente que las hormonas, distintas en el
hombre y en la mujer, al interaccionar con receptores que existen para ellas en
el cerebro, son las causantes de las diferencias… la naturaleza produce dos sexos con
cualidades cognitivas diferentes. Cuando se nace con un cerebro
–masculino o femenino-, ni la terapia
hormonal ni la cirugía ni la educción pueden cambiar la identidad del sexo”
(Calvo, coord. 2008)
En la misma línea, los
doctores Richard Fiztgibbons, Phillip
Sutton y Dale O’Leary consideran que el sexo biológico no puede cambiarse, y rechazan el
concepto de “identidad de género” o la idea de que el género, como construcción
social o percepción personal, sea distinto del sexo biológico de cada cual.
En su artículo “la psicopatología de la cirugía de reasignación de sexo”,
publicado en the National Catholic Bioethics Quarterly (2009), cuestionan las
implicaciones médicas y éticas de la práctica de cirugías de cambio de sexo.
Los autores abordan este asunto desde la perspectiva médico-biológica según la
cual el género humano es una cuestión de composición genética, y explican que
la “identidad sexual está escrita en cada célula del cuerpo y puede
determinarse mediante exámenes de ADN. No puede ser modificada.
La cantidad de evidencia acumulada durante décadas en
laboratorios independientes nos lleva a creer que sí existen unas diferencias esenciales que
tienen que ser tratadas. La idea antigua de que esas diferencias son de origen
cultural es en la actualidad demasiado simplista (Baron-cohen, 2005)
De manera que mantener que el hombre y la
mujer son los mismos en aptitudes, habilidades o conductas, considerar que son
intercambiables o fungibles, es construir una sociedad basada en una mentira
biológica y científica. Como afirma Louann Brizendine, neuropsiquiatra de la Universidad de Columbia: “No existe un cerebro unisex. Si en nombre de
la corrección política intentamos refutar la influencia de la biología en el
cerebro, empezaremos a combatir nuestra propia naturaleza” (Brizendine, 2007).
Nacemos pues, con un cerebro sexualizado que determinará una
personalidad masculina o femenina, teniendo cada una de
ellas, como promedio, una serie de rasgos característicos y específicos, que
marcarán nuestra forma de sentir, amar, sufrir, aprender y, en definitiva, de
vivir. Estas variaciones estructurales y
funcionales básicas de los cerebros constituyen el fundamento de muchas
diferencias cotidianas en el comportamiento y experiencias vitales de hombres y
mujeres.
La evidencia acumulada durante décadas en laboratorios
independientes nos muestra cómo la igualdad radical
parece haber agotado lo mejor de sí misma. Hoy la idea, nacida con Simone de Beauvoir, de que
las diferencias son de origen cultural ya ha sido desmontada y está anticuada.
Hora hay que dar cauce a las diferencias, justamente para erradicar en lo
posible la exclusión o las marginaciones y lograr así una auténtica igualdad de
oportunidades.
Sin embargo, a pesar de las
evidencias científicas, la realidad es que, como señala Helen Fisher, “estamos viviendo una época, tal vez la única en toda
la historia de la evolución humana, en la que un gran número de personas,
especialmente los intelectuales y la academia, están convencidos de que ambos
sexos son prácticamente iguales. Prefieren ignorar la creciente
bibliografía que demuestra científicamente la existencia de diferencias
genéticas heredadas y mantienen en su lugar
que hombres y mujeres nacen como hojas en blanco, en las que las
experiencias de la infancia marcan la aparición de las personalidades
masculinas o femenina” (Fisher, 2001, p.520)
Bajo la presión de la imperante ideología
de género, nos encontramos con la experiencia de que los argumentos racionales
y científicos no son escuchados por aquellos que han escogido la negación. Los filósofos de la deconstrucción niegan el valor de las ciencias
empíricas. La revolución del gender es, ante todo, no una simple “teoría”, sino
un
proceso de negación de todo lo que es real, verdadero y bueno para el hombre,
y un compromiso personal y cultural dentro de esta negación Estamos en una
posmodernidad irracional, que proclama el “fin de la filosofía” (Peeters,
2012), (http://www.outono.net/elentir/2013/03/03/un-interesante-documental-que-echa-por-tierra-los-dogmas-de-la-ideología-de-género/)
En fin, que podríamos concluir con Cervantes en boca de Don
Quijote Rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño
pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y
necesario, así para el aumento de su honra, como para el servicio de su
república, hacerse caballero andante, e irse por todo el mundo con sus armas y
caballo a buscar las aventuras, y a ejercitarse en todo aquello que él había
leído, que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de
agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros, donde acabándolos, cobrase
eterno nombre y fama.