jueves, 22 de diciembre de 2016

FUNCIÓN PATERNA







FUNCIÓN PATERNA

 
En otras ocasiones hemos comentado el devenir del Feminismo desde la Equidad hacia el Género. Hemos apuntado que si bien el Feminismo en sus orígenes era “una batalla por la justicia y la dignidad de la mujer”, en esta lucha, “la mujer, sin apenas percibirlo, comenzó a renunciar a su propia feminidad, sin ser consciente del menoscabo que esto implicaría a largo plazo para su libertad y su pleno desarrollo personal”.

Hemos visto como el Aborto y la Ideología de Género se entronizaban en el Feminismo en un supuesto Nuevo Orden Mundial que ya no se expone sino que necesita ser impuesto por sus connotaciones contra-natura; mientras que surge también un NEOFEMINISMO liberador para la mujer y también para el hombre, y capaz de volver las aguas a su cauce.

Y hemos visto también, la otra cara de la moneda, el varón no es inmune a toda esta simbiosis de una sociedad feminizada, sino que padece en mayor medida los efectos del Feminismo de Género hasta el punto de encontrarse en una verdadera crisis. En esta ocasión vamos a hablar de aquellas ocasiones en las que la Mujer, a consecuencia de la influencia del feminismo de género en la sociedad, no permite el ejercicio de la función paterna. Y lo hacemos de nuevo de la mano de María Calvo Charro en su libro Alteridad Sexual. Razones frente a la Ideología de Género con el capítulo.

 
CUANDO LA MUJER NO PERMITE EL EJERCICIO DE LA FUNCIÓN PATERNA
 

Actualmente, muchos padres se hallan distanciados de sus hijos por la interposición materna; padres que han sido desplazados de su paternidad por la propia mujer, que desconfía abiertamente de la sensibilidad educativa masculina, debido a su presunta falta de calidad en la relación con los hijos. Madres que sienten que compartir los espacios integrales de la crianza es ver debilitado su rol materno y, en consecuencia, un pilar fundamental de su feminidad y autoestima (Sinay, 2012).

Algunos padres describen a sus hijos como «Secuestrados» por su mujer, con el objetivo de evitarles su supuesta influencia negativa. Como señala Poli, en estas circunstancias, se crea una alianza madre-hijo: «están siempre de acuerdo, se respaldan y defienden el uno al otro, ateniéndose a un pacto no escrito de defensa recíproca ... Mujer e hijo se mueven como perfectos aliados ... Progresivamente el padre queda encasillado en la figura del perdedor y queda encerrado en el estereotipo del malo, de persona con un carácter insoportable... Se sentirá generalmente en minoría hasta acabar recluyéndose definitivamente en sí mismo» (Poli,2012: pp. 29-30).

En estos supuestos, el padre es el inoportuno, el no deseado, aquel que no tiene espacio entre la madre y el hijo. Debe ser el espectador benévolo de la pareja madre/hijo»(Anatrella, 2008).

Muchos padres que no son valorados o tenidos en cuenta, calificados de patosos o torpes, criticados o considerados estorbos en la educación de sus hijos por sus propias mujeres, optan por apartarse y dejar esta competencia en manos de la madre. Cuando esta prefiere hacerlo todo ella sola, cuando no desea la intervención del hombre, al que considera poco fiable, cuando infravalora la figura masculina en el hogar, el padre acaba cediendo toda la responsabilidad educativa a la madre y, al no sentirse necesario ni querido, busca en el trabajo o fuera de casa la valoración que precisa como persona.

Muchos hombres se sienten como héroes en un trabajo donde son altamente valorados y admirados como personas eficaces y virtuosas. Sin embargo, al llegar a sus casas, pasan a un segundo plano, prácticamente son ignorados o resultan poco significativos para su mujer e hijos. Al volver al hogar experimentan sensaciones de vacío y soledad, por lo que optan por aislarse o refugiarse en el trabajo.

Esta ausencia, física o psíquica, del padre es nefasta para el desarrollo equilibrado de la personalidad de los hijos, ya que la relación madre-hijo funciona como un universo cerrado, una relación de pareja que se repliega sobre sí misma y que perjudica el equilibrio psíquico de ambos. En estas circunstancias, el padre no juega su papel de «Separador» que es el que, precisamente, permite al niño diferenciarse de la madre, y se produce una insana mutua interdependencia madre-hijo. La relación madre­ hijo es una relación de fusión. «El hijo no es más que un pedazo de la madre y el padre no es nada» (Sullerot, 1993, p. 221).

Además, el hijo varón que ha tenido una relación excesivamente estrecha con su madre acaba sintiéndose «devorado» por esta, y en la adolescencia la ve como un impedimento a sus deseos de autoafirmación y masculinidad y suele reaccionar contra ella con desprecio y agresividad. Es probable que en la pubertad el chico utilice la violencia-transgresión para afirmar su propia existencia. Una vez adolescentes, muchos de aquellos niños no tienen otro medio de probar su virilidad más que el de oponerse a la mujer-madre, incluso por medio de la violencia. En palabras de Anatrella: «cuando el padre está ausente, cuando los símbolos maternales dominan y el niño está solo con mujeres, se engendra violencia» .

Las madres no logran hacerse obedecer e incluso, en ocasiones, llegan a ser agredidas por un hijo al que no han puesto límites. En este sentido, señala Cordes que quien busca los motivos de la predisposición hacia la violencia solo o principalmente en factores socioeconómicos se queda en la superficie del problema. Se queda satisfecho con una teoría de socialización de cortos vuelos (H. D. Koning); infravalora el influjo de la familia y el enorme efecto del comportamiento paterno, pasando por alto la influencia decisiva de las relaciones intrafamiliares (Cordes, 2004). Gurian advierte de la sólida relación estadística existente entre los niños problemáticos y violentos y los niños sin padre (Gurian, 1999).

Cuando las madres no valoran a los padres, no los tienen en cuenta, no son significativos para ellas, los recluyen en un segundo plano y no les permiten ejercer como padres estricto sensu, acaban provocando en los hijos personalidades narcisistas, egoístas, individuales, ajenos a las necesidades de la familia y la sociedad, niños tiranos con todos los derechos y ningún deber, pues la madre y su función materna no es, por lo general, capaz de limitar los deseos de omnipotencia del niño. En palabras de Poli, «Se crean las condiciones psicológicas de insaciabilidad típicas del hijo que siempre quiere más, que no está nunca contento con lo que tiene y no valora lo que posee» (Poli, 2012, p. 116).

Estos niños luego, en la edad adulta tendrán dificultad para ejercer debidamente la paternidad por falta de ejemplos masculinos equilibrados.

Según el sociólogo Peter Karl, los niños que pasan más del 80% del tiempo con mujeres, en la madurez no saben cómo actuar como hombres. Estos jóvenes crecen como padres deformados porque a ellos mismos se les privó de un comportamiento paterno ejemplar. Y es absolutamente erróneo pensar que la función materna puede llenar ese vacío. El padre es la «no-madre» que ha de mostrar al hijo cómo funciona el mundo y cómo ha de encontrar su lugar en él.

En próximas ocasiones hablaremos del papel del padre en la Identidad Sexual de los Hijos. Un tema que hemos tratado ya en el artículo La identidad del Niño Varón desde un punto de vista más filosófico.

 

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