sábado, 8 de octubre de 2016

ESCLAVITUD DE LA MUJER


Feminismo de género y esclavitud de la mujer en el siglo XXI


En estos momentos en los que se habla de un supuesto Nuevo Orden Mundial de Ideología de Género y de Aborto, que contradice la naturaleza humana, y la dignidad y la verdad de la persona, necesitamos conocer el devenir del Feminismo hacia la Ideología de Género, para entender la situación dónde estamos y por qué hemos llegado hasta aquí.

 
Y necesitamos conocerlo porque si bien el Feminismo en sus orígenes era “una batalla por la justicia y la dignidad de la mujer”, en esta lucha, “la mujer, sin apenas percibirlo, comenzó a renunciar a su propia feminidad, sin ser consciente del menoscabo que esto implicaría a largo plazo para su libertad y su pleno desarrollo personal”. Y en esta evolución hacia una Ideología de Género, -que pretende cambiar la naturaleza de la mujer y por tanto también del hombre-, los medios para conseguirlo también han cambiado y se han vuelto coactivos. El control de las Instituciones Nacionales e Internacionales, el uso de partidas presupuestarias públicas y la creación de unas industria del aborto que mueve cantidades ingentes de fondos explican por qué se extiende una ideología que repugna por sí misma. La ONU, las organizaciones Mundiales dependientes de esta y la Comisión Europea, condicionan las ayudas a la implantación de políticas, medidas y leyes que permitan y promuevan el aborto y la ideología de Género.

María Calvo Charro, en su libro “Alteridad sexual. Razones frente a la Ideología de Género” expone de forma sucinta y clara esta evolución del Feminismo.

Feminismo de género y esclavitud de la mujer en el siglo XXI


Las feministas igualitaristas han logrado que la sociedad asuma la idea de que trabajar en casa, ser buena esposa y madre es atentatorio contra la dignidad de la mujer, algo humillante que la degrada, esclaviza e impide desarrollarse en plenitud. Y que, para ser una mujer moderna, es preciso previamente liberarse del yugo de la feminidad, en especial, de la maternidad, entendida como un signo de represión y subordinación: la tiranía de la procreación.

De este modo, se genera cierto desprecio hacia las mujeres que trabajan en su casa o cuidan de sus hijos, que resultan estigmatizadas, considerándolas poco atractivas o interesantes y nada productivas para la sociedad; frente a aquellas otras mujeres que renuncian a la maternidad o al cuidado personalizado de sus vástagos desde sus primeros días de vida, que aparecen ante la opinión pública como heroínas, auténticas mujeres modernas, que, lejos de esclavizarse «perdiendo el tiempo» en la atención a sus retoños, se entregan plenamente a su profesión, por la que lo sacrifican todo, lo que las libera y convierte en estereotipos de la emancipación femenina.

Esta estereotipificación inversa, favorecida por la actitud de algunas líderes políticas, distorsiona la imagen y perjudica la vida familiar de la mayoría de las mujeres, pues favorece la organización de la vida profesional como si las mujeres no fueran madres y como si los trabajadores no tuvieran obligaciones familiares; dificultando así un cambio de mentalidad sobre la importancia real de la maternidad, tanto para la mujer en sí como para la institución familiar, base incuestionable de la sociedad, sin el cual, nunca podrán adoptarse medidas verdaderamente conciliadoras para la vida familiar y laboral.

Leyes como la del aborto o la Ley de Igualdad, mediante la utilización de términos Contradictorios, como la «salud reproductiva», referida paradógicamente a las técnicas tendentes a evitar la reproducción a toda costa, son expuestas a la sociedad como la fórmula justa para liberar a la mujer y favorecer su desarrollo personal y profesional, cuando realmente lo que consiguen es su autodestrucción, afectando a su esencia y dignidad de manera irreversible.

Como resultado de esto, muchas mujeres tienden a ocultar su sensibilidad femenina/maternal como si fuera un defecto humillante y adoptan una postura cuasimasculina, simulando ser agresivas y competitivas en sus trabajos, yendo en último término en contra de sus verdaderos deseos. Parecen creer que, si reconocen estos atributos femeninos, estarán caracterizando a las mujeres como seres frágiles, no suficientemente duras para trabajos difíciles (Fisher, 2001).

La mujer actualmente, en lugar de verse esclavizada por visiones patriarcales sobre las funciones domésticas, se ve presionada por las expectativas sobre el tipo de trabajo asalariado que parece valer la pena, y actúa tratando de satisfacer las aspiraciones que los defensores de la corrección política han puesto en ella, en lugar de sus propias preferencias. De este modo, muchas mujeres no solo se sienten ajenas a sus propios trabajos, sino que llegan a sentirse martirizadas. Se trata de un nuevo tipo de esclavitud femenina: la tiranía de la ideología de género que provoca que muchas mujeres se sientan enajenadas por la insoportable presión interna que les provoca el ingente esfuerzo de negarse a sí mismas, tratando de ahogar unas prioridades específicamente femeninas que luchan con fuerza por manifestarse.


Muchas mujeres se han esforzado por cumplir sus funciones «exactamente como un hombre» y su naturaleza rechazada, reprimida, luego se hace valer y surgen las depresiones, la ansiedad, la insatisfacción, la frustración e infelicidad, porque la feminidad lucha por salir. Como afirmaba García Morente, ser mujer lo es todo para la mujer; es profesión, es sentimiento, es concepción del mundo, es opinión, es la vida entera. La mujer realiza un tipo de humanidad distinto del varón, con sus propios valores y sus propias características y solo alcanzará su plena realización existencial cuando se comporte con autenticidad respecto de su condición femenina.

 

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