Feminismo de género y esclavitud de la mujer en el siglo XXI
En estos momentos en los que se habla de un supuesto Nuevo Orden Mundial
de Ideología de Género y de Aborto, que contradice la naturaleza humana, y la
dignidad y la verdad de la persona, necesitamos conocer el devenir del
Feminismo hacia la Ideología de Género, para entender la situación dónde
estamos y por qué hemos llegado hasta aquí.
Y necesitamos conocerlo porque si bien el Feminismo en sus orígenes era “una batalla por la
justicia y la dignidad de la mujer”, en esta lucha, “la mujer, sin apenas percibirlo,
comenzó a renunciar a su propia feminidad, sin ser consciente del menoscabo que
esto implicaría a largo plazo para su libertad y su pleno desarrollo personal”. Y en esta evolución hacia una Ideología de Género, -que
pretende cambiar la naturaleza de la mujer y por tanto también del hombre-, los
medios para conseguirlo también han cambiado y se han vuelto coactivos. El
control de las Instituciones Nacionales e Internacionales, el uso de partidas
presupuestarias públicas y la creación de unas industria del aborto que mueve
cantidades ingentes de fondos explican por qué se extiende una ideología que
repugna por sí misma. La ONU, las organizaciones Mundiales dependientes de esta
y la Comisión Europea, condicionan las ayudas a la implantación de políticas,
medidas y leyes que permitan y promuevan el aborto y la ideología de Género.
María
Calvo Charro, en su libro “Alteridad sexual. Razones frente a la Ideología de
Género” expone de forma sucinta y clara esta
evolución del Feminismo.
Feminismo de género y esclavitud de la mujer en el siglo XXI
Las feministas igualitaristas han logrado que la sociedad asuma la idea
de que trabajar en casa, ser buena esposa y madre es
atentatorio contra la dignidad de la mujer, algo humillante que la degrada, esclaviza e impide desarrollarse
en plenitud. Y que, para ser una mujer moderna, es preciso previamente liberarse
del yugo de la feminidad, en especial, de la maternidad, entendida como un
signo de represión y subordinación: la tiranía de la procreación.
De este modo, se genera cierto desprecio hacia las mujeres que trabajan en su casa o
cuidan de sus hijos, que resultan estigmatizadas, considerándolas poco
atractivas o interesantes y nada productivas para la sociedad; frente a aquellas otras mujeres que
renuncian a la maternidad o al cuidado personalizado de sus vástagos desde sus
primeros días de vida, que aparecen ante la opinión pública como heroínas,
auténticas mujeres modernas, que, lejos de esclavizarse «perdiendo el tiempo»
en la atención a sus retoños, se
entregan plenamente a su profesión, por la que lo sacrifican todo, lo que las libera y convierte en estereotipos de
la emancipación femenina.
Esta estereotipificación inversa, favorecida por la actitud de
algunas líderes políticas, distorsiona la imagen y perjudica la vida familiar
de la mayoría de las mujeres, pues favorece la organización de la vida
profesional como si las mujeres no
fueran madres y como si los
trabajadores no tuvieran obligaciones familiares; dificultando así un cambio de mentalidad sobre la importancia
real de la maternidad, tanto para la mujer
en sí como para la institución familiar, base incuestionable de la sociedad,
sin el cual, nunca podrán adoptarse medidas verdaderamente conciliadoras para
la vida familiar y laboral.
Leyes como la del aborto o
la Ley de Igualdad, mediante la
utilización de términos Contradictorios, como la «salud reproductiva», referida
paradógicamente a las técnicas tendentes
a evitar la reproducción a toda costa, son
expuestas a la sociedad como la fórmula justa para liberar a la mujer y
favorecer su desarrollo personal y profesional, cuando realmente lo que consiguen es su autodestrucción, afectando a su
esencia y dignidad de manera irreversible.
Como resultado de esto, muchas mujeres tienden
a ocultar su sensibilidad femenina/maternal como si fuera un defecto
humillante y adoptan una postura cuasimasculina, simulando ser agresivas y
competitivas en sus trabajos, yendo en último término en contra de sus verdaderos
deseos. Parecen creer que, si reconocen estos atributos femeninos, estarán
caracterizando a las mujeres como seres frágiles, no suficientemente duras para
trabajos difíciles (Fisher, 2001).
La mujer actualmente, en
lugar de verse esclavizada por visiones patriarcales sobre las funciones
domésticas, se ve presionada por las expectativas sobre el tipo de trabajo
asalariado que parece valer la pena, y actúa tratando de satisfacer las
aspiraciones que los defensores de la corrección política han puesto en ella,
en lugar de sus propias preferencias. De
este modo, muchas mujeres no solo se sienten ajenas a sus propios trabajos,
sino que llegan a sentirse martirizadas. Se trata de un nuevo tipo de esclavitud femenina: la tiranía
de la ideología de género que provoca que muchas mujeres se sientan
enajenadas por la insoportable presión interna que les provoca el ingente
esfuerzo de negarse a sí mismas, tratando de ahogar unas prioridades
específicamente femeninas que luchan con fuerza por manifestarse.
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