viernes, 28 de octubre de 2016

NEOFEMINISMO





NEOFEMINISMO



Como ya hemos apuntado en otras ocasiones, si bien el Feminismo en sus orígenes era “una batalla por la justicia y la dignidad de la mujer”, en esta lucha, “la mujer, sin apenas percibirlo, comenzó a renunciar a su propia feminidad, sin ser consciente del menoscabo que esto implicaría a largo plazo para su libertad y su pleno desarrollo personal”.


 
En el devenir del Feminismo de Equidad hacia el Feminismo de Género y en estos momentos en los que se habla de un supuesto Nuevo Orden Mundial de Ideología de Género y de Aborto, que contradice la naturaleza humana, y la dignidad y la verdad de la persona, se oyen también voces de un nuevo Neofeminismo más acorde con la esencia de la mujer y que promueve su liberación. Un NUEVO FEMINISMO que acepta la igualdad de hombres y mujeres en cuanto a derechos y deberes democráticos, pero que mantiene y defiende tajantemente las diferencias innatas innegables existentes entre ambos sexos, que lejos de separarnos y perjudicarnos nos complementan y nos enriquecen”

 

Siguiendo el hilo del Feminismo, enhebramos este capítulo de Maria Calvo Charro en su libro Alteridad Sexual. Razones frente a la Ideología de Género (2014)

 

LIBERACIÓN DE LA MUJER Y RECUPERACIÓN DE SU ESENCIA

 

Disponer de la capacidad, habilidad, inteligencia y oportunidad para dedicarse a un trabajo igual que cualquier hombre no implica que la mujer quiera hacerlo o que le produzca la misma satisfacción personal que a sus homólogos masculinos. Hoy en día muchas mujeres independientes quieren ser ellas mismas y están dispuestas a luchar contra los roles sociales que les imponen un trabajo según los cánones masculinos, que implican renunciar a la maternidad y despreocuparse de la familia.

Las neofeministas hoy ya no se apuntan a vestir de corbata, olvidar a los hombres exaltando el amor lésbico o triunfar en los negocios postergando su rol de madre. En los países desarrollados, con la mujer incorporada al mercado laboral, a la vida política, a la sociedad en general, surge un nuevo feminismo moderno y actual que acepta la igualdad de hombres y mujeres en cuanto a derechos y deberes democráticos, pero que mantiene y defiende tajantemente las diferencias innatas innegables existentes entre ambos sexos, que lejos de separarnos y perjudicarnos nos complementan y nos enriquecen. Este modelo de feminismo aboga por la corresponsabilidad o interdependencia entre hombres y mujeres, tanto en lo privado (labores del hogar, crianza de hijos...) como en lo público (política, economía, medios de comunicación...).

Algunas mujeres, actualmente, reivindican su feminidad y están radicalmente en contra del llamado feminismo de género por considerarlo elitista, egoísta, ginocéntrico, misoándrico y por ahondar la división de los sexos. La verdadera actitud radical de las mujeres no consiste en imitar a los hombres, sino en ser ellas mismas, aportando sus valores y cualidades (Haaland, 2002). Estas son de hecho muy valoradas por algunos empresarios.

La mujer no tiene por qué querer lo mismo que quiere el hombre. Existe una nueva generación de mujeres que evitan los altos cargos o las jornadas laborales eternas, no porque no puedan hacerlo estupendamente, sino porque no les proporciona la satisfacción personal que ansían. Nadie ni nada les impide alcanzar los puestos más remunerados y complicados, simplemente prefieren trabajos más sencillos para poder dedicar mayor tiempo a su realización personal a través del cuidado de los hijos y de una adecuada valoración de la maternidad. Muchas mujeres, apoyadas por sus maridos, evalúan sus prioridades y deciden a favor de la familia, no como una forma de sacrificio o autoinmolación, sino por puro placer personal, como una vía de autorrealización que las llena de felicidad. Durante muchos años los «ideales sociales» han nublado las actitudes femeninas hacia la intersección del cuidado de los hijos y el trabajo, una cuestión tan personal y, con frecuencia, tan regida por la biología (Pinker, 2009).

Recientemente la economista S. A. Hewlett realizó una investigación sobre un fenómeno muy extendido hoy en día en Estados Unidos: la fuga de cerebros femeninos de puestos de trabajo altamente remunerados y de prestigio que exigían estar fuera de casa prácticamente todo el día. Y descubrió que el doble de mujeres que de hombres manifiestan e interiorizan el impacto negativo que ese tipo de trabajos tiene sobre la familia (conducta de los hijos, rendimiento escolar, hábitos de alimentación, trastornos psíquicos ...) sintiendo lo que llama «Un verdadero retrato de culpabilidad» casi insuperable, a diferencia de los hombres con esos mismos puestos de trabajo que apenas lo perciben. Digamos que el trabajo entra en conflicto con sus emociones más básicas. Hay abundantes estadísticas que demuestran que muchas más mujeres que hombres rechazan ascensos pensando en la familia, incluso cuando hablamos de mujeres en los niveles más elevados (Preston, 2004).

La posibilidad de seguir los propios deseos en lugar de hacer lo que otros creen que se debería hacer (por ser lo políticamente correcto) es una de las características de las sociedades libres más avanzadas. Que las mujeres sigan su tendencia biológica y sus preferencias innatas, en lugar de los mandatos imperantes por la sociedad del momento, redundará en la felicidad personal de la mujer y, en consecuencia, supondrá un beneficio para la sociedad entera.

No reconocer las diferencias entre sexos hace que las jornadas laborales y los puestos de trabajo sigan diseñados según los conceptos de competitividad, dedicación y éxito masculinos. Esto desanima a muchas mujeres y provoca que las que tienen medios económicos, a pesar de ser inteligentes y con niveles educativos elevados, prefieran dejar de trabajar; obligando, por otra parte, a renunciar a la maternidad y provocando problemas de familia a aquellas otras que carecen del nivel de vida necesario para renunciar a un trabajo que no les satisface personalmente y que no respeta sus necesidades en cuanto mujeres y madres.
 

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