NEOFEMINISMO
Como
ya hemos apuntado en otras ocasiones, si bien el Feminismo en sus orígenes era
“una batalla por la
justicia y la dignidad de la mujer”, en esta lucha, “la mujer, sin apenas percibirlo,
comenzó a renunciar a su propia feminidad, sin ser consciente del menoscabo que
esto implicaría a largo plazo para su libertad y su pleno desarrollo personal”.
Siguiendo el
hilo del Feminismo, enhebramos este capítulo de Maria Calvo Charro en su libro Alteridad Sexual. Razones
frente a la Ideología de Género (2014)
LIBERACIÓN DE LA
MUJER Y RECUPERACIÓN DE SU ESENCIA
Disponer
de la capacidad, habilidad, inteligencia y oportunidad para dedicarse a un trabajo igual que cualquier
hombre no implica que la mujer quiera hacerlo o que le produzca la misma
satisfacción personal que a sus homólogos masculinos. Hoy en día muchas mujeres independientes
quieren ser ellas mismas y
están dispuestas a luchar contra los roles sociales que les imponen un trabajo
según los cánones masculinos, que implican renunciar a la maternidad y despreocuparse
de la familia.
Las neofeministas hoy ya no se apuntan a vestir de corbata, olvidar a los
hombres exaltando el amor lésbico o triunfar en los negocios postergando su rol
de madre. En los países desarrollados, con la mujer incorporada al mercado
laboral, a la vida política, a la sociedad en general, surge un nuevo feminismo moderno y actual que acepta la igualdad de hombres y
mujeres en cuanto a derechos y deberes democráticos, pero que mantiene y defiende tajantemente las
diferencias innatas innegables existentes
entre ambos sexos, que lejos de separarnos y perjudicarnos nos complementan y nos
enriquecen. Este modelo de feminismo aboga por la corresponsabilidad o interdependencia entre hombres y mujeres,
tanto en lo privado (labores del hogar, crianza de hijos...) como en lo público
(política, economía, medios de comunicación...).
Algunas mujeres, actualmente, reivindican su feminidad y están radicalmente
en contra del llamado feminismo de género por considerarlo elitista,
egoísta, ginocéntrico, misoándrico y por ahondar la división de los sexos. La verdadera actitud
radical de las mujeres no consiste en imitar
a los hombres, sino en ser ellas
mismas, aportando sus valores y cualidades (Haaland, 2002). Estas son de hecho muy valoradas por algunos
empresarios.
La mujer no tiene por qué querer lo mismo que quiere el hombre. Existe una nueva generación de
mujeres que evitan los altos cargos o
las jornadas laborales eternas, no porque no puedan hacerlo estupendamente,
sino porque no les proporciona la
satisfacción personal que ansían. Nadie ni nada les impide alcanzar los
puestos más remunerados y complicados, simplemente prefieren trabajos más sencillos para poder dedicar mayor tiempo a su realización personal a través del cuidado de los hijos y de una adecuada valoración de la maternidad.
Muchas mujeres, apoyadas por sus
maridos, evalúan sus prioridades y deciden a favor de la
familia, no como una forma de
sacrificio o autoinmolación, sino por
puro placer personal, como una vía
de autorrealización que las llena de felicidad. Durante muchos años
los «ideales sociales» han nublado las actitudes femeninas hacia la intersección del cuidado
de los hijos y el trabajo, una cuestión tan personal y, con frecuencia, tan
regida por la biología (Pinker, 2009).
Recientemente la economista S. A. Hewlett realizó una investigación sobre un fenómeno muy extendido hoy en día en Estados
Unidos: la fuga de cerebros femeninos de puestos de trabajo altamente remunerados y de prestigio que exigían estar
fuera de casa prácticamente todo el día. Y descubrió que el doble de mujeres
que de hombres manifiestan e interiorizan
el impacto negativo que ese tipo de trabajos tiene sobre la familia
(conducta de los hijos, rendimiento escolar, hábitos de alimentación, trastornos
psíquicos ...) sintiendo lo que llama «Un verdadero retrato de culpabilidad»
casi insuperable, a diferencia de los
hombres con esos mismos puestos de trabajo que apenas lo perciben. Digamos que el trabajo entra en conflicto
con sus emociones más básicas. Hay abundantes estadísticas que demuestran que muchas más mujeres que hombres rechazan ascensos pensando en la familia, incluso cuando
hablamos de mujeres en los niveles más elevados (Preston, 2004).
La posibilidad de seguir los propios deseos en lugar de hacer lo que otros
creen que se debería hacer (por ser lo políticamente correcto) es una de las
características de las sociedades libres más avanzadas. Que las mujeres sigan su tendencia biológica y sus
preferencias innatas, en lugar de los mandatos imperantes por la sociedad
del momento, redundará en la felicidad
personal de la mujer y, en consecuencia, supondrá un beneficio para la
sociedad entera.
No reconocer las diferencias entre sexos hace que las jornadas laborales y los puestos de trabajo sigan diseñados
según los conceptos de competitividad, dedicación y éxito masculinos. Esto desanima a muchas mujeres y provoca que las que tienen medios
económicos, a pesar de ser
inteligentes y con niveles educativos elevados, prefieran dejar de trabajar; obligando, por otra parte, a renunciar
a la maternidad y provocando problemas
de familia a aquellas otras que carecen del nivel de vida
necesario para renunciar a un trabajo que no les satisface personalmente y
que no respeta sus necesidades en cuanto mujeres y madres.
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