CRISIS, WHAT CRISIS?
En otras ocasiones
hemos comentado el devenir del Feminismo desde la Equidad hacia el Género. Hemos
apuntado que si bien el Feminismo en sus orígenes era “una batalla por la justicia y la
dignidad de la mujer”, en esta lucha, “la
mujer, sin apenas percibirlo, comenzó a renunciar a su propia feminidad, sin
ser consciente del menoscabo que esto implicaría a largo plazo para su libertad
y su pleno desarrollo personal”.
Hemos
visto como el Aborto y la Ideología de Género se entronizaban en el Feminismo en
un supuesto Nuevo Orden Mundial que ya no se expone sino que se necesita imponer por sus connotaciones contra-natura;
mientras que surge también un NEOFEMINISMO liberador para la mujer y también para
el hombre, y capaz de volver las aguas a su cauce.
En
esta ocasión, en la otra cara de la moneda, vemos cómo el varón no es inmune a toda esta simbiosis de una
sociedad feminizada, sino que padece en mayor medida los efectos del Feminismo
de Género hasta el punto de encontrarse en una verdadera crisis.
Recurrimos
de nuevo a María Calvo Charro, que en el Capítulo Crisis
del varón, crisis de paternidad su libro Alteridad Sexual. Razones Frente a la Ideología de Género lo expone con maestría.
Crisis del varón, crisis de paternidad
Hoy en día, para muchas personas, especialmente para
las feministas radicales, hablar de una crisis del varón resulta injusto,
absurdo, machista, trasnochado, propio de otros tiempos en los que se
consideraba al hombre y a la mujer diferentes.
Para aquellos que piensan que el hombre y la mujer
nacen idénticos,
que no existen diferencias naturales, que la feminidad y la masculinidad son
construcciones sociales que debemos eliminar a toda costa en busca de una
verdadera y absoluta igualdad, aquellos que entienden que ambos sexos son
fungibles e intercambiables desde el nacimiento, defender al hombre y su
masculinidad carece de sentido. Pues, si
no hay un hombre y una mujer «naturales », tampoco hay un padre y una madre,
el matrimonio heterosexual no tiene por qué ser el único válido y el
concepto de familia se derrumba a favor de la supuesta validez y eficacia
educativa de las parejas del mismo sexo, donde cualquiera, hombre o mujer,
puede jugar respectivamente el papel de padre o de madre. Al negar la
complementariedad entre los sexos, se acepta, en consecuencia, que los hijos
puedan ser criados y educados por personas de cualquier tendencia u orientación
sexual.
La aceptación de una identidad absoluta entre los sexos nos
llevaría a negar la existencia de una crisis del varón y del padre,
en la medida en que este como tal simplemente no existiría. La negación de la
masculinidad implica la negación de la existencia del hombre, del varón.
Hablar
del padre, del varón y de unas características
propias de la educación paterna (diferentes
de las propias de la educación materna), implica presuponer la existencia de
unas diferencias inherentes, naturales, entre hombre y mujer; significa reconocer la alteridad sexual como fundamento
antropológico esencial y el dimorfismo sexual como parte de la
naturaleza humana.
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