LA MUERTE SOCIAL DEL PADRE
En
otras ocasiones hemos comentado el devenir del Feminismo desde la Equidad hacia
el Género. Hemos apuntado que si bien el Feminismo en sus orígenes era “una batalla por la justicia y la
dignidad de la mujer”, en esta lucha, “la mujer, sin apenas percibirlo,
comenzó a renunciar a su propia feminidad, sin ser consciente del menoscabo que
esto implicaría a largo plazo para su libertad y su pleno desarrollo personal”.
Hemos
visto como el Aborto y la Ideología de Género se entronizaban en el Feminismo
en un supuesto Nuevo Orden Mundial que ya no se expone sino que necesita ser
impuesto por sus connotaciones contra-natura; mientras que surge también un
NEOFEMINISMO liberador para la mujer y también para el hombre, y capaz de
volver las aguas a su cauce.
En
la otra cara de la moneda, el varón no es inmune a toda esta simbiosis de una
sociedad feminizada, sino que padece en mayor medida los efectos del Feminismo
de Género hasta el punto de encontrarse en una verdadera crisis. Hemos hablado
de esta crisis en los artículos CRISIS, WHAT CRISIS?, en THE RISE OF WOMEN Y en
THE END OF MEN.
Ahora
estamos viendo cómo esta crisis afecta a la función de paternidad. Lo hemos
visto en el artículo PADRES EN CRISIS y lo vamos a ver en este LA MUERTE SOCIAL
DEL PADRE. más adelante veremos cómo, en consecuencia, los hijos son los
grandes perjudicados.
María
Calvo Charro, en el Capítulo “Padres en Crisis. La muerte social del padre” de su libro “Alteridad Sexual. Razones Frente a la
Ideología de Género” 2014 lo expone con maestría.
LA MUERTE SOCIAL DEL
PADRE
En este ambiente, intentan sobrevivir toda una generación de padres que no saben muy bien cómo desenvolverse en
este panorama que les ha privado de su esencia, que les obliga a ocultar su
masculinidad y que no les permite disfrutar de su paternidad en
plenitud. Se sienten culpables y no saben exactamente de qué o por qué.
Esta falta de identidad masculina les hace tener poca confianza en sí mismos,
una autoestima disminuida que conduce a muchos de ellos a la frustración
y que se manifiesta de diversas maneras en su vida: esforzándose por ser más
femeninos; quedándose al margen de la crianza y educación de los
hijos; convirtiéndose en espectadores benévolos y silenciosos de la
relación madre-hijo; refugiándose en el trabajo, donde encuentran mayor
comprensión y valoración que en el ámbito familiar.
La sociedad ha devaluado progresivamente la
función paterna, hasta el punto de que la presencia y el papel del padre en la procreación
resultan prescindibles. Las técnicas de laboratorio han logrado
que el origen y dependencia de un padre se esfumen definitivamente. También hay
madres solteras que instrumentalizan a los padres biológicos, a los que
no permiten participar luego en su vida y que no tienen ningún derecho sobre el
niño. Estas mujeres, puesto que ellas han decidido solas el momento de su
fecundidad, ocultándolo al padre, consideran al niño como un bien propio y
exclusivo, fruto de su narcisismo y del egoísmo. Estas decisiones de maternidad en soledad se
basan en muchas ocasiones en el denominado «emotivismo»,
corriente de pensamiento asentada durante la segunda mitad del siglo XX y que justifica cualquier decisión «SÍ sale del corazón».
Para el «emotivista» no hay nada más allá de
su experiencia personal, ignorando absolutamente el efecto que su decisión
pueda tener en terceros o en el ámbito público (Chinchilla y Moragas, 2011). «El instinto maternal me llamaba cada vez más y no
estaba dispuesta a esperar más tiempo a encontrar el hombre adecuado».
Esta es la respuesta que ofrecen la mayoría de las madres que han recurrido a
la adopción, la inseminación artificial o han tenido relaciones sexuales que
han dado como fruto un hijo y no han avisado al padre de la situación. Estas mujeres
degradan la paternidad y al hombre al colocarlo en el lugar de un semental.
Y condenan a sus hijos (huérfanos antes de nacer) a una dolorosa carencia de
por vida, la ausencia del padre.
Por otra parte, son asimismo frecuentes
las interrupciones voluntarias del embarazo
llevadas a cabo por mujeres en nombre de una veleidad
personal, sin que el padre lo sepa o comparta su decisión; acto de
máximo egoísmo que desgarra la necesaria y sagrada armonía entre los sexos.
Las feministas de género han logrado
que el modelo social ideal y dominante ahora sea el consistente en la
relación madre-hijo. La cultura psicológica actual parece confabularse con
la sensibilidad femenina. Se ha difundido la convicción
de que la proximidad emotiva constituye la variable decisiva para ser buenos
padres. La cultura educativa que exalta exclusivamente la sensibilidad
típica del código materno infravalora a los padres obligándoles a desconfiar
de su instinto masculino, sintiéndose equivocados o poco adecuados. Reina la idea roussoniana de que la dirección y el
consejo paterno impiden el crecimiento corporal y anímico del niño.
El padre solo es valorado y aceptado en la medida en que sea una especie de «segunda
madre»; papel este exigido en muchas ocasiones por las propias mujeres que les recriminan no cuidar,
atender o entender a los niños exactamente como ellas lo hacen. Los
hijos captan estas recriminaciones y pierden el respeto a los padres, a los
que consideran inútiles y patosos en todo lo que tenga que ver con la educación
y crianza de los niños.
Los padres se hallan llenos de confusión respecto al papel que desempeñan: cualquier
elevación del tono de voz puede ser calificada de autoritarismo, cualquier manifestación
de masculinidad es interpretada como un ejercicio de violencia intolerable, el
intento de imponer alguna norma como cabeza de familia le puede llevar a ser
tachado de tirano o maltratador. En este
clima social imperante el padre siente su propia autoridad como un lastre y su
ejercicio le genera mala conciencia.
Bueno vuelvo a la pregunta clave, y le aseguro que no es con ánimo de fastidiar, es que no entiendo que manifestaciones de masculinidad pueden ser confundidas con violencia.
ResponderEliminarHay momentos en que necesitamos, sobre todo los varones, que las cosas se nos digan con claridad y con fuerza, y en el momento oportuno. Cuando se enseña la “tarjeta amarilla” en el primer conato de mal juego, el juego se encauza.
ResponderEliminarSe pone el ejemplo de “la bofetada a tiempo”. Es algo que hoy no se entiende pero ¿cuántas personas cuentan cómo, gracias a que su padre les dio una bofetada, se centraron y se les fueron los pájaros de la cabeza? La única bofetada que me han dado en mi vida, suelen contar. En el artículo se comenta que “cualquier elevación del tono de voz puede ser calificada de autoritarismo”. No obstante a cada hijo y a cada hija hay que tratarle según su sensibilidad. El problema con frecuencia no es equivocarse sino no hacer nada. Y si se cometen errores se pide perdón, y mejor antes de que acabe el día. Todos necesitamos aprender a pedir perdón, y con frecuencia las cosas quedan mejor que antes.
No hace mucho vi una discusión entre dos compañeros de trabajo, se dijeron unas cuantas cosas pero el agua no llegó al rio. Al acabar la jornada uno de ellos se acercó al otro y cogiéndole del brazo con afecto, le dijo: Ha sido un placer pelearme contigo hoy. Disculpe el retraso y muchas gracias por su pregunta