viernes, 4 de noviembre de 2016

THE END OF MEN


THE END OF MEN

Como hemos apuntado en otras ocasiones y en las dos partes anteriores  Crisis, What Crisis?, y The Rise of Women de este artículo CRISIS DEL VARÓN. CRISIS DE PATERNIDAD, si bien el Feminismo en sus orígenes era “una batalla por la justicia y la dignidad de la mujer”, en esta lucha, “la mujer, sin apenas percibirlo, comenzó a renunciar a su propia feminidad, sin ser consciente del menoscabo que esto implicaría a largo plazo para su libertad y su pleno desarrollo personal”.

Hemos visto como el Aborto y la Ideología de Género se entronizaban en el Feminismo en un supuesto Nuevo Orden Mundial que ya no se expone sino que se necesita imponer por sus connotaciones contra-natura; mientras que surge simultáneamente un NEOFEMINISMO liberador para la mujer y también para el hombre, y capaz de volver las aguas a su cauce.

El varón no es inmune a toda esta simbiosis de una sociedad feminizada, sino que padece en mayor medida los efectos del Feminismo de Género hasta el punto de encontrarse en una verdadera crisis ante un avance de la mujer en la sociedad.

Continuamos con María Calvo Charro, en el Capítulo Crisis del varón, crisis  de paternidad  de su libro Alteridad Sexual. Razones Frente a la Ideología de Género hablando The End of Men.

THE END OF MEN

Los hombres parecen estar más desubicados que nunca. Muchos han desertado de su papel de valedores de la autoridad, cuidadores de la familia, maridos y padres responsables, defensores de los valores. Los cambios provocados por el feminismo radical han dejado un paisaje social prácticamente irreconocible generando novedades ciertamente confusas, como el nuevo papel del hombre en la sociedad actual. Y es que en el loable intento por conseguir la igualdad entre los sexos, sin apenas percibirlo, se han aniquilado simultáneamente las diferencias existentes entre ellos, con la pérdida de personalidad y de identidad que esto conlleva, tanto para las mujeres como para los hombres.

Las consecuencias de la despersonalización sexual instada por los ideólogos de género son peores para los varones, ya que les ha tocado vivir por vez primera «el tiempo de las mujeres», que gozan del apoyo de los políticos y la sociedad. De ahí las constantes iniciativas que se están tomando al respecto en su beneficio: Cátedras de estudios sobre la mujer; Centros e institutos dedicados a ellas; Planes de Igualdad; Cuotas para acceder a puestos de trabajo y cargos políticos; Leyes de discriminación positiva... El papel de las mujeres se ha sobrerrepresentado y asistimos a una clara depreciación del hombre, del padre, del varón, que sufre así un complejo de inferioridad. No saben qué es lo que se espera de ellos y se avergüenzan de su masculinidad. Muchas de las aptitudes típicamente masculinas han sido erradicadas y resultan mal vistas: cualquier expresión de virilidad se considera virilismo; la exigencia de respeto se confunde con autoritarismo; el intento de imponer alguna norma como cabeza de familia le puede llevar a ser tachado de tirano; y la ingeniería genética amenaza con su total sustitución.

En muchos ámbitos laborales y también en el educativo, la competitividad ha sido sustituida por la colaboración; la escala jerárquica ganada a base del esfuerzo y valía personal ha sido sustituida por la igualdad sin necesidad de alegar mérito alguno; la valentía o asunción de riesgos se considera temeridad e imprudencia; se cree que la introspección y falta de expresividad emocional típica masculina oculta la existencia de algún problema psíquico o trauma infantil que convendría liberar; y se confunde la agresividad (energía innata masculina para el logro de objetivos) con la violencia (carácter destructivo que adquiere la agresividad cuando no es canalizada de manera adecuada). En estas circunstancias, el promedio de los varones se encuentra desorientado, incómodo, con sensación de precariedad, inestabilidad, inseguridad y amenaza.

En ocasiones, son las propias mujeres las que les obligan a revisar su masculinidad no solo en el ámbito público y profesional, sino incluso en el marco más íntimo de su vida personal y familiar. Se produce cierta evolución hacia los hombres «blandos» o intercambiables con las mujeres. Muchos caballeros bienintencionados intentan ponerse a tono con los tiempos feminizándose, adoptando como deseables cualidades culturalmente atribuidas al sexo femenino y sienten que tienen que pedir perdón por su masculinidad, como si fuera negativa o disfuncional, sin darse cuenta de que hay maneras integradoras y valiosas de ser hombre sin renunciar ni renegar de lo propio. Estamos ante lo que el poeta norteamericano Robert Bly denominó el «varón suave» (Bly, 1990).

En el proceso histórico de creación de un mundo nuevo más justo con las mujeres, hemos demonizado al hombre y postergado su masculinidad al cuarto oscuro, como si se tratase de un monstruo que hubiéramos de mantener oculto y encerrado bajo siete llaves. Cargando con las injusticias de siglos pasados, los hombres actuales son ridiculizados en la plaza pública, privados de sus potestades como padres y sometidos a un matriarcado social en el que está prohibida cualquier exteriorización de masculinidad.

Actualmente, la imagen del hombre fuerte, noble, valiente, con autoridad y seguro de sí mismo ha quedado descartada y sustituida por la de hombres blandos, sensibles, maternales, «modelos femeninos de lo masculino» (Sinay, 2006), muchas veces ridículos, incluso esperpénticos, que huyen del conflicto (aunque sea por una causa justa), de la responsabilidad y del compromiso.



 


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