THE END OF MEN
Como
hemos apuntado en otras ocasiones y en las dos partes anteriores Crisis, What Crisis?, y The Rise of Women de
este artículo CRISIS DEL VARÓN. CRISIS DE PATERNIDAD, si bien el Feminismo en
sus orígenes era “una
batalla por la justicia y la dignidad de la mujer”, en esta lucha, “la mujer, sin apenas percibirlo,
comenzó a renunciar a su propia feminidad, sin ser consciente del menoscabo que
esto implicaría a largo plazo para su libertad y su pleno desarrollo personal”.
Hemos
visto como el Aborto y la Ideología de Género se entronizaban en el Feminismo
en un supuesto Nuevo Orden Mundial que ya no se expone sino que se necesita
imponer por sus connotaciones contra-natura; mientras que surge simultáneamente
un NEOFEMINISMO liberador para la mujer y también para el hombre, y capaz
de volver las aguas a su cauce.
El
varón no es inmune a toda esta simbiosis de una sociedad feminizada, sino que
padece en mayor medida los efectos del Feminismo de Género hasta el punto de
encontrarse en una verdadera crisis ante un avance de la mujer en la sociedad.
Continuamos
con María Calvo Charro, en el Capítulo Crisis del varón, crisis de
paternidad de su libro Alteridad Sexual. Razones Frente a la Ideología de
Género hablando The End of Men.
THE
END OF MEN
Los hombres parecen estar más desubicados que nunca. Muchos han desertado de
su papel de valedores de la autoridad, cuidadores de la familia, maridos y
padres responsables, defensores de los valores. Los cambios provocados
por el feminismo radical han dejado un paisaje social prácticamente
irreconocible generando novedades ciertamente confusas, como el nuevo papel
del hombre en la sociedad actual. Y es que en el loable intento por conseguir
la igualdad entre los sexos, sin apenas percibirlo, se han aniquilado
simultáneamente las diferencias existentes entre ellos, con la pérdida
de personalidad y de identidad que esto conlleva, tanto para las mujeres
como para los hombres.
Las consecuencias de la despersonalización sexual instada por los ideólogos de género son
peores para los varones, ya que les ha tocado vivir por vez
primera «el tiempo de las mujeres», que gozan del apoyo de los políticos y
la sociedad. De ahí las constantes iniciativas que se están tomando al
respecto en su beneficio: Cátedras de estudios sobre la mujer; Centros e
institutos dedicados a ellas; Planes de Igualdad; Cuotas para acceder a puestos
de trabajo y cargos políticos; Leyes de discriminación positiva... El papel de las mujeres se ha sobrerrepresentado y
asistimos a una clara depreciación del hombre, del padre, del varón,
que sufre así un complejo de inferioridad. No saben qué es lo que se espera
de ellos y se avergüenzan de su masculinidad. Muchas de las aptitudes
típicamente masculinas han sido erradicadas y resultan mal vistas: cualquier
expresión de virilidad se considera virilismo; la exigencia de respeto se confunde
con autoritarismo; el intento de imponer alguna norma como cabeza de familia
le puede llevar a ser tachado de tirano; y la ingeniería genética amenaza
con su total sustitución.
En muchos ámbitos laborales y también
en el educativo, la competitividad ha sido sustituida por la colaboración;
la escala jerárquica ganada a base del esfuerzo y valía personal ha sido
sustituida por la igualdad sin necesidad de alegar mérito alguno; la
valentía o asunción de riesgos se considera temeridad e imprudencia; se cree que
la introspección y falta de expresividad emocional típica masculina oculta la
existencia de algún problema psíquico o trauma infantil que convendría
liberar; y se confunde la agresividad (energía
innata masculina para el logro de objetivos) con la violencia (carácter
destructivo que adquiere la agresividad cuando no es canalizada de manera
adecuada). En estas circunstancias, el promedio de los varones se
encuentra desorientado, incómodo, con sensación de precariedad, inestabilidad,
inseguridad y amenaza.
En ocasiones, son las propias
mujeres las que les obligan a revisar
su masculinidad no solo en el
ámbito público y profesional, sino
incluso en el marco más íntimo de su vida personal y familiar. Se produce cierta evolución hacia los
hombres «blandos» o intercambiables con las mujeres. Muchos caballeros
bienintencionados intentan ponerse a tono con los tiempos feminizándose,
adoptando como deseables cualidades culturalmente atribuidas al sexo femenino y
sienten que tienen que pedir perdón por su masculinidad, como si fuera
negativa o disfuncional, sin darse cuenta de que hay maneras integradoras y
valiosas de ser hombre sin renunciar ni renegar de lo propio. Estamos ante lo
que el poeta norteamericano Robert Bly denominó el «varón suave» (Bly,
1990).
En el proceso histórico de creación de un mundo nuevo más justo con las
mujeres, hemos demonizado
al hombre y postergado su masculinidad al cuarto oscuro, como si se
tratase de un monstruo que hubiéramos de mantener oculto y encerrado bajo siete
llaves. Cargando con las injusticias de siglos pasados, los hombres actuales
son ridiculizados en la plaza pública, privados de sus potestades como padres y
sometidos a un matriarcado social en el que está prohibida cualquier
exteriorización de masculinidad.
Actualmente, la imagen del hombre fuerte, noble, valiente, con
autoridad y seguro de sí mismo ha quedado descartada y sustituida por la de hombres blandos, sensibles,
maternales, «modelos femeninos de lo masculino» (Sinay, 2006),
muchas veces ridículos, incluso esperpénticos, que huyen del conflicto
(aunque sea por una causa justa), de la responsabilidad y del compromiso.
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